Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 348
La sociedad de la «gran armonía» [...] la radical y definitiva nueva sociedad
hacia la cual 15 mil millones de años de materia en movimiento, de esa parte
que conocemos de la materia eterna, se enrumba necesaria e
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senderista implicaba en la práctica la restauración de un orden estrictamente
vertical, que se venía resquebrajando como consecuencia de los procesos de mo-
dernización. Si en la sociedad tradicional —terrateniente o «gamonalista»— la
jerarquía se fundaba en el monopolio del poder económico y político, y en un
discurso racista que «naturalizaba» la inferioridad del indio; en la propuesta del
PCP-SL, la superioridad del partido sobre las «masas» se justificaba por el mo-
nopolio de un saber «científico» del cual el PCP-SL se consideraba representante
exclusivo. Este saber permitía comprender las leyes de la Historia y conducir,
por tanto, al conjunto del país a un destino mejor.
Lo que se mantiene constante entre los viejos mistis y los nuevos revolucio-
narios es una relación autoritaria con la población, en la cual el poder se negocia
a través del uso de la violencia física y queda marcado en los cuerpos. El PCP-SL
se inscribe, entonces, en una antigua tradición que va desde el recurso al castigo
físico, tanto en haciendas o puestos policiales, como en las propias comunidades
campesinas e, incluso, en las escuelas regidas todavía por el premonitorio pro-
verbio «la letra con sangre entra».
En algún momento durante la década de 1960, esos letrados descubrieron el
potencial del espacio educativo —universidades, institutos pedagógicos, institutos
superiores— como ámbito de reclutamiento primero, y luego como «correa de trans-
misión» entre el partido y el campesinado. El abandono de la educación pública
por parte del Estado y la persistencia allí de una transmisión vertical de conoci-
mientos donde el maestro sabe y el alumno aprende / obedece, creó un ambiente
propició para la propuesta senderista. Los intelectuales mencionados se vincularon
allí con pequeños núcleos de jóvenes, sensibles a propuestas de ruptura radical con
el orden establecido, pero inmersos dentro de una tradición autoritaria. De esa
forma, el PCP-SL pudo desplegar su dimensión de proyecto pedagógico tradicio-
nal y autoritario; y pudo reproducir también las viejas jerarquías verticales dentro
del propio partido, entre jefatura y militantes, pues era la jefatura (es decir, Abimael
Guzmán) la única capaz de interpretar las leyes de la Historia.
¿Cómo estos pequeños núcleos lograron configurar una voluntad tan fuerte a lo
largo de la década de 1970? En primer lugar, los partidos de cuadros altamente
ideologizados de la tradición leninista solían constituir voluntades muy poderosas.
El propio Guzmán recordaba el caso de la URSS: «¿Cuántos bolcheviques había cuando
triunfó la revolución de Octubre?: ¡Ochenta mil en un país de 150 millones de habi-
tantes!» (Guzmán 1988). Así, el PCP-SL decidió construir una organización pequeña
pero afiatada, que ellos mismos definieron como una «máquina de guerra».
El PCP-SL ofrecía para ello, antes que nada, un discurso con pretensiones de
absoluta coherencia; un «gran relato» totalizador. Éste, presentado como una ideo-
logía científica, «todopoderosa porque es verdadera» (PCP-SL 1988a: 11), pro-
porcionaba una comprensión aparentemente coherente no sólo del país sino del
universo todo; un universo moral simple, en blanco y negro, que daba sentido a
las vidas de quienes lo compartían. La culminación del gran relato totalizador era
una utopía, el comunismo: