Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 307
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los intereses de su camarilla presidencial-militar. En otras palabras, llevó la
conspiración más allá de lo que se habían imaginado los conspiradores.
Finalmente, el operativo previsto en el Plan Político-Militar y su programa de
gobierno, actualizados para la nueva coyuntura, fueron puestos en práctica en
el golpe de Estado de Fujimori el 5 de abril de 1992.
El análisis del Plan Político-Militar nos permite identificar el tipo de politización
que avanzaba en ese momento en las Fuerzas Armadas. Queda claro, primero, que
la afirmación del derecho de los oficiales de las Fuerzas Armadas a tomar el poder
inconstitucionalmente, usando para ello las mismas armas que la Nación puso en
sus manos, era en ese momento ya una doctrina indecente e inconfesable, mera-
mente conspirativa, hecha para cohesionar a las Fuerzas Armadas. En segundo
lugar, es notorio que el énfasis puesto en la «eliminación de excedente poblacional
indeseable» responde al mismo propósito, poner a las Fuerzas Armadas en una
postura ideológica contraria a la cultura de los derechos humanos que ya en ese
momento era patrimonio común de los partidos que participaban en la contienda
democrática. Estas forzadas posturas ideológicas respondían, en tercer lugar, a la
pretensión de adueñarse de los dos grandes logros que estaban abriéndose paso en
ese momento en el país, la victoria estratégica sobre el terrorismo y la reforma
estructural de la economía. Los altos oficiales golpistas no estaban dispuestos a
permitir que la democracia superase los mayores problemas del país, tras lo cual
muchos de ellos, además, quedarían en el banquillo de los acusados por las viola-
ciones de los derechos humanos cometidas a lo largo del conflicto.
Dos procesos interfirieron y transformaron los planes golpistas que se urdían
dentro de las Fuerzas Armadas, la victoria electoral de Fujimori y las condiciones
que pusieron los Estados Unidos para prestar ayuda económica a la lucha
antisubversiva y antinarcóticos. Ciertamente, el Plan Político-Militar había subes-
timado ambos factores. Aunque sabían que ya no podrían gobernar de nuevo
abiertamente como en los años 70, los golpistas no calcularon que esto significa-
ba estar sometidos a la voluntad de un líder popular que sacaba su poder de la
misma dinámica política que ellos se proponían neutralizar. Sobre los Estados
Unidos su confusión era también profunda, pues habían perdido de vista qué
significa ser parte del mundo libre.
Luego de las elecciones de 1990, los golpistas quedaron obligados a recompo-
ner su diagnóstico de la coyuntura y, en consecuencia, sus planes operativos.
Apenas siete semanas antes, en su apreciación de inteligencia del 20 de febrero
de 1990, habían concluido que «las previsiones sobre un proceso electoral, trans-
ferencia de gobierno y los próximos meses de la nueva administración del país
dentro de un marco ordenado carecen de realismo y podrían conducir a la Repú-
blica al desencadenamiento de una convulsión social generalizada. En estas con-
diciones sólo las fuerzas del orden en la conducción política del Estado pueden
garantizar la unidad de la mayoría de la población y la iniciación de un proceso
de construcción nacional, al margen del sistema democrático establecido en la
Carta Magna.» Pero al día siguiente de las elecciones, en una nueva apreciación
de inteligencia fechada el 9 de abril, se explica lo sucedido así: «Existe una natural
tendencia de la Ciudadanía en los períodos de inestabilidad social, política y eco-
nómica, de orientarse a posiciones moderadas y no confrontacionales». Afirman