Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 274

E L CONFLICTO ARMADO INTERNO NO ASUMIDO Y LA ESTRATEGIA INADECUADA Los primeros dos meses de la declarada «guerra popular prolongada del campo a la ciudad» transcurrieron antes de la transferencia del mando, bajo el llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, cuya Junta Militar había ratifi- cado como Presidente de la República a Francisco Morales Bermúdez. Está claro que el gobierno militar no reconoció la gravedad de la amenaza representada por el PCP-SL. En todo caso, consideró más importante la transferencia del gobierno a los civiles, proceso que se dificultaba si se emprendía al mismo tiempo una campaña militar contra un enemigo interno. Además, en los años 70 eran muchos los grupos políticos de izquierda que se planteaban la posibilidad de la lucha armada. No era fácil distinguir si alguno de ellos, y cuál, había empezado a dar pasos firmes en esa dirección. La parsimonia con que se trató el asunto se explica en el contexto de las con- vicciones ideológicas del momento. La única actividad militar dirigida a la hipó- tesis de subversión fue la formación de una unidad contrasubversiva dentro de cada división de infantería, lo cual se hizo con los manuales y experiencia de los años 60. Durante el cambio de gobierno, los militares se aseguraron de conservar un amplio margen de decisión y acción en lo que a la política de defensa se refie- re. Debe tenerse en cuenta también que Morales Bermúdez negoció con Belaunde la permanencia de los comandantes generales miembros de la Junta de Gobierno al frente de las Fuerzas Armadas. La responsabilidad —y la autoridad— en los asuntos de seguridad que daba en las mismas manos. Así, los comandantes gene- rales al inicio del Gobierno de Belaunde fueron los mismos del gobierno saliente. La señal más clara de que ésta era una transferencia parcial de poder fueron las detalladas leyes secretas sobre el Sistema de Defensa Nacional que el gobierno militar dictó en junio de 1980, poco antes del ascenso de Belaunde. Las Fuerzas Armadas peruanas estaban devolviendo el gobierno a los civiles con la evaluación de que las izquierdas marxistas peruanas se encauzarían por las elecciones o, en caso de aparecer brotes subversivos, serían manejables como lo fueron los montoneros argentinos en Lima. Pero el PCP-SL escapaba en verdad a este marco. Prueba de la ignorancia en que se encontraban tanto el gobierno de Belaunde como el de las Fuerzas Armadas sobre la verdadera naturaleza del problema es la desproporción entre el presupuesto que pidieron al Legislativo para la defensa exterior y el dinero destinado a la campaña antisubversiva. En la década anterior, bajo la dictadura militar, el Perú había hecho gastos desmesurados en sistemas de armas e instalaciones militares, con el propósito de incrementar su importan- cia geopolítica regional y mundial. La hipótesis de guerra externa contra el Ecua- dor o contra Chile, y en el peor de los casos contra ambos a la vez, en una guerra de dos frentes, era política oficial del Estado. Los ministerios militares consiguie- 261 ciones de derechos humanos de la población cometidas durante el conflicto por miembros de las Fuerzas Armadas responden a políticas y estrategias generales que las propiciaran.