Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 261

248 El entrenamiento reproducía los métodos de la Escuela de las América, basa- da en Panamá, y otras bases estadounidenses: matar animales y arrancar sus entrañas con los dientes, lacerar el propio cuerpo y resistir el dolor sin chistar, y llevar el registro fotográfico y fílmico de ello. Además, hubo prácticas rituales de afirmación grupal; según testimonios recibidos por la CVR, una de los más escalofriantes habría sido el «bautizo» de los recién llegados que no tenían expe- riencia de lucha. El bautizo consistía en matar a un sospechoso de terrorismo con un puñal sin filo. Sobre la situación de los policías que llegaban a Ayacucho, un agente comentó a la CVR que ésta era «[...] de lo más desastrosa, porque llegaba personal de Mazamari. A nosotros, como novatos, nos tenían allí metidos [en el cuartel] y decían «ya va a tener su bautizo». Cada vez que venían y traían un detenido, ya [...]». Así, este entrenamiento iba en consonancia con el incremento de diversos ti- pos de violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas del orden: eje- cuciones arbitrarias, desapariciones, torturas y violencia sexual principalmente contra las mujeres, delitos que contaron con el beneficio del encubrimiento por parte de las instituciones involucradas. La CVR está convencida de que al prote- ger a ladrones, violadores, torturadores y homicidas, el comando policial, así como los gobiernos y las instancias judiciales, hicieron posible que el número de víctimas se incrementara. Uno de los crímenes cometidos por la policía que tuvo más repercusión fue la masacre de Socos, una comunidad de la provincia de Huamanga. El 13 de no- viembre de 1983, un grupo de policías irrumpió en una vivienda donde se celebraba una ceremonia de esponsales (pedida de mano) y, tras discutir con los comuneros presentes, los obligaron a salir de la casa e ir hacia un paraje denominado Balcón Huaycco donde los asesinaron. Murieron en total 32 habitantes de Socos. Las autoridades trataron de encubrir el crimen, pero una investigación judicial confirmó los hechos y la comisión del delito. Además de estos delitos, proliferaron otras formas de abuso como los robos de enseres, alimentos y animales a la población rural, hurtos incentivados en gran medida por la aguda escasez de recursos de la propia policía. Los agentes policiales, por otro lado, sentían sobre sí mismos los estragos de la situación de carencia, aislamiento y zozobra que empezaron a traducirse en un incremento del alcoholismo y la fármaco dependencia (especialmente de pasta básica de co- caína) entre los policías de la zona de emergencia. El trabajo de la DIRCOTE Mientras los militares ingresaban a Ayacucho, la DICOTE proseguía sus labores en Lima sin ser ajena a los conflictos institucionales. El cambio anual de oficiales modificó la situación de esa unidad. La resolución ministerial del 5 de julio de 1983 dispuso que la Dicote adoptara la categoría y denominación de Dirección Contra el Terrorismo (DIRCOTE). La dirección llegó a contar en el transcurso del año con 150 agentes, aproximadamente. El trabajo esencial de la unidad estuvo a cargo de cinco grupos operativos llamados Delta e integrados por un contingente de diez a quince miembros por grupo.