Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 199
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¿Qué hacer?, transformar lo negativo en positivo, sacar de lo malo lo bueno y
potenciarás el optimismo y aplastarás el dolor, el pesimismo, las dudas [...] No
se trata de mi vida, se trata de qué es lo que necesita el Partido, la revolución,
tu vida no es más que un poco de materia bellamente organizada, sí, pero sólo
eso; materia y más aún en pequeñísima cantidad, si se le compara con la
inmensa eterna materia en movimiento, pon, pues, con libertad tu vida al servicio
de la necesidad del Partido [...] esa es posición de la clase, no la otra que centra
en el yo, aquella es posición de la burguesía. (PCP-SL 1993a)
Guzmán era consciente de que un viraje tan radical respecto de su antigua tesis,
según la cual cualquier negociación era una capitulación, encontraría grandes resis-
tencias en su partido, pero creía que ganaría al menos una minoría (se conformaba
con un 10% de los militantes) a partir de la cual volvería a ser mayoría:
Sabemos que pueden rechazar nuestra posición y esto implicaría graves problemas
para el Partido, podrían hasta expulsarnos o aplicarnos la pena máxima, pero
pensamos que ya pusimos otra vez el Partido en movimiento, que la lucha de dos
líneas se va a agudizar y de desenvolverse en seis meses la izquierda retornaría el
rumbo correcto y se impondría; pensamos que lo que opinamos corresponde a la
realidad objetiva, no es producto de una elucubración, por tanto, se impondrá.
(PCP-SL 1993a)
Mientras tanto, seguían desarrollándose las conversaciones que culminaron en
las dos cartas que Guzmán envió a Alberto Fujimori y en su presentación en tele-
visión, flanqueando por Elena Iparraguirre y cuatro miembros de la dirección par-
tidaria. Guzmán proponía centralmente cesar las acciones militares y que el «ejér-
cito guerrillero popular» se autodisolviera y destruyera sus armas —al igual que
los comités populares, como si las «masas» campesinas dependieran de su perso-
nal decisión— a cambio de una amnistía general y la liberación de todos los «pri-
sioneros de guerra». Para asegurar el acuerdo, se ofrecían en garantía él y Elena
Iparraguirre.
Nuevamente, la evaluación de Guzmán fue muy poco realista. Aunque siem-
pre había insistido en que las negociaciones reflejan simplemente las correlaciones
de fuerzas existentes, ahora proponía un acuerdo de paz que no era reflejo de la
situación real. Tras los golpes recibidos, con su organización desorientada, acéfala
y desmoralizada y cuando el Estado estaba en plena ofensiva, el PCP-SL no se
hallaba en condiciones de plantear un acuerdo entre iguales. Más grave aún,
Guzmán no tenía cómo garantizar el cese de las hostilidades por parte de Feliciano,
dada la ruptura de sus relaciones. Ofrecerse con Miriam como garantes del acuer-
do, estando ambos en prisión, era, por lo demás, ofrecer al Estado algo que ya
tenía. Si Montesinos seguía negociando en esas condiciones, ello era sólo por el
interés circunstancial de conseguir logros que presentar a la población para asegu-
rarse un triunfo en el referéndum sobre la Constitución redactada tras el golpe de
Estado de abril de 1992, la que legalizaría la dictadura de Fujimori. Esto lo consi-
guió con las cartas que Guzmán escribió y que fueron debidamente aprovechadas
por el gobierno:
Fujimori leyó la primera carta en la ONU el 1. o de octubre del 93 dando una
rotunda y directa negativa [al acuerdo de paz], la segunda la difundió en el Perú
comentándola a su favor en burda manipulación, lo que en vez de coadyuvar a