Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 17
decididas y prontas, tales como una transformación sustantiva de la educación
que contribuya a cambiar radicalmente la mentalidad y la manera de entender
nuestra sociedad y que posibilite que niños y jóvenes se acerquen al Perú y lo
peruano con una perspectiva de vida más generosa, solidaria y justa.
A pesar de todo, en la sociedad peruana hay señales de una cierta moviliza-
ción, de ciertas transformaciones. No es un panorama generalizado, pero hay
razón para abrigar cierta expectativa. Las organizaciones de víctimas de violacio-
nes de derechos humanos se han multiplicado; el silencio impuesto durante años
ha sido sustituido por la demanda ciudadana. Lo que se debe a las víctimas,
aquello a lo cual tienen derecho, es muy grande, comenzando por sus ansias de
justicia. Mirando retrospectivamente nuestro trabajo, es inevitable sentir alguna
insatisfacción porque la CVR no tuvo tiempo y recursos para apoyarlas más en
aquel entonces. Tampoco eran esos los términos de su mandato. Se pudo, sí, re-
construir sus historias y ofrecerles una plataforma en la cual sustentaran sus
demandas con mayor fuerza. Estas demandas todavía se hallan insatisfechas y es
evidente que el Perú democrático no puede permitirse ignorarlas por más tiempo.
Es bueno también anotar que, por otra parte, numerosas organizaciones so-
ciales —entre ellas, organizaciones juveniles— llevan adelante valiosas iniciati-
vas para impulsar los cambios que el Estado aún no toma a su cargo. Somos
testigos, finalmente, de una prometedora apertura a la búsqueda de la memoria
en los Andes. En muchas modestas localidades, en diálogo con lo señalado por la
CVR, la nación está recreando su historia desde abajo. Nos estamos reapropiando
de nuestro pasado, y ello, a la larga, tendrá impacto sobre las decisiones que se
puedan tomar a escala nacional, regional, provincial o distrital.
Los cinco años transcurridos desde que finalizó el trabajo de la CVR y desde
que fueron presentadas sus conclusiones y sus recomendaciones, pueden ser vis-
tos, alternativamente, como un período demasiado largo o como un lapso dema-
siado corto. Es mucho tiempo el transcurrido sin que algunas decisiones sustan-
ciales hayan sido consideradas ni mucho menos adoptadas. El pronto olvido del
Plan Nacional de Derechos Humanos así como la falta de decisiones de reforma
educativa que sean proporcionales a la magnitud del problema son algunos ejem-
plos de esas omisiones inexcusables. Pero cinco años son poco tiempo cuando se
trata de cambiar la textura mental de un país. El Perú ha sido históricamente una
sociedad jerárquica. La memoria de la violencia que reconstruyó la CVR tiene,
como supuesto, el rechazo en lo esencial al principio de jerarquía, puesto que
afirma que todas las vidas humanas valen por igual y que todos los crímenes son
condenables sin importar cuáles fueron sus propósitos y quiénes sus víctimas.
Es, pues, pronto para dar por finalizado y fallido el peregrinaje de la memoria
histórica de la violencia. Esa andadura comenzó hace un lustro y desde entonces
se ha avanzado poco, pero ese tramo conquistado podría volverse irreversible y
constituir un renovado punto de partida. Es trabajo de todos quienes creemos en
la posibilidad de una democracia futura en el Perú entender, asir y multiplicar los
signos que nos indiquen que el cambio no solamente es deseable sino también
posible y que aún puede afirmarse entre nosotros la esperanza.
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