Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 124
1980-1982: avance sorpresivo
El PCP-SL resultó un enemigo inesperado para los gobiernos saliente y entrante.
Sin embargo, hubo advertencias que pasaron desapercibidas. En octubre de 1979,
el jefe militar de Ayacucho, al parecer por propia iniciativa, realizó una operación
especial de inteligencia y encontró manifestaciones de la presencia e influencia del
PCP-SL tanto en Vilcashuamán como en Vischongo; pero, al no encontrar eviden-
cias de entrenamiento de una guerrilla tradicional, con campamentos o depósitos
de armas, no les dio mayor importancia. Asimismo, durante los meses anteriores
a la quema de ánforas en Chuschi, notas de inteligencia de la Marina y el Ejército
daban cuenta de diversas acciones de propaganda subversiva en Pomacocha,
Vilcashuamán y Vischongo, así como de la posibilidad de «actos de sabotaje,
enfrentamientos con fuerzas del orden y probables atentados a los locales de la
Guardia Civil» (Gorriti 1990: 82). En Ayacucho y alrededores, diversas pintas anun-
ciaban el inicio de la «guerra popular». En Lima, el 1 de mayo el PCP-SL proclamó
esa decisión a través de un volante titulado «La celebración del Primero de Mayo
por el proletariado revolucionario», suscrito por el Movimiento de Obreros, Tra-
bajadores y Campesinos. Nadie prestó atención a esas advertencias, tal vez dema-
siado pequeñas en medio de la primera campaña electoral en diecisiete años y la
agitación social de esos meses.
Más allá de estos atentados y asaltos, es necesario aclarar que, para el PCP-SL,
su mejor arma era la ideología. El militante en posesión de la línea del partido no
dependía de las armas; como se señala en un documento del Comité Central, su
organización militar «se basa en los hombres y no en las armas» (PCP-SL 1989b).
Eso explica que la consigna del Inicio de la Lucha Armada fuera «iniciamos la
guerra con las manos desarmadas» y que cada militante asumiera la responsabili-
dad de conseguir su armamento. El exceso de confianza en la ideología llegaba al
extremo de considerar que las armas modernas no eran necesarias para el desarro-
llo de la «guerra popular».
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sables de destacar, pues señalan el rumbo extremadamente sangriento que iba a
seguir la «guerra popular» senderista.
La primera fue el acuerdo de mayo de 1981 sobre la denominada «cuota» (de
sangre) necesaria para el triunfo de la revolución. Guzmán incitó a sus militantes a
«llevar la vida en la punta de los dedos» y a estar dispuestos a morir, pero, sobre
todo, a matar por la revolución, y hacerlo de los modos más brutales. La vesania
comenzó a manifestarse pronto en los ataques a los puestos policiales—por ejem-
plo, arrojaron ácido en la cara de los guardias que defendían el puesto de Tambo,
en la provincia ayacuchana de La Mar— y, sobre todo, en los dirigidos a las auto-
ridades estatales y a los dirigentes comunales.
La segunda fue la decisión de «batir el campo» (y batir significa para el PCP-SL
«arrasar y no dejar nada»), crear vacíos de poder y conformar los comités popu-
lares que constituían el germen del «nuevo poder» senderista. Fue en este preciso
momento, al dirigir su violencia contra la sociedad campesina sobre la que pre-
tendía asentarse, cuando el PCP-SL activó una fuente de descontentos que después
no pudo controlar y sembró semillas de rebelión entre quienes quería que fueran
sus aliados principales: los campesinos pobres de Ayacucho.