HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 14
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero
Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más
pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran
prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.
Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color
verde brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva,
consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz. La
única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña
cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía
acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era
cómo se la había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y
no hagas preguntas.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si
se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y
gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más
veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía
para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.
Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su
madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y
rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo
rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley
parecía un angelito. Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con
peluca.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil
porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara
se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos
que el año pasado.
—Querido, no has co ntado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de
este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a
comerse el beicon lo más rápido posible, por si vol caba la mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te
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