Generando Arte. La Revista. Nº 3. Octubre 2015 | Page 61
Artemisia Gentileschi, casi más famosa por
su violación que por sus cuadros; en Camille
Claudel, que de discípula de Rodin pasó
a ser su amante y terminó recluida en un
manicomio; en Sylvia Plath, asumiendo el
papel de “la esposa del genio”; en la ya citada
María de la O Lejárraga, y en tantas otras. Lo
que el artista varón encuentra en una mujer
(piénsese en la pareja Gala-Dalí, que es sólo
el ejemplo más notorio y pintoresco de un
modelo universal), difícilmente una mujer
creadora lo encontrará en un hombre.
Claro está que a los Valera o Maristany
de hoy jamás se les ocurriría verbalizar, con
el mismo candor (¿o cinismo?) con que lo
hacía don Juan en 1891, esa idea sobre la
utilidad de las mujeres, pero otra cosa es
cómo actúen –cómo sigan actuando- en la
práctica: a saber, pactando el poder (porque
de poder se trata) entre ellos, y destinándolas a ellas a tareas ancilares. Como bien ha
visto Celia Amorós, “los poderes siempre
lo son de grupos, de redes o de sistemas
de pactos”24 . Y el grupo que detenta el
poder, por encima de las clases sociales y las
generaciones, es el de los varones. “El poder
transita (…) entre todos los varones. (…)
Entre los varones se contempla la posibilidad del relevo. El patriarcado es precisamente un sistema de primogenituras.”25 .
“En cambio, el sexo-género femenino (…)
aparece, por el contrario, como el colectivo
de la impotencia. (…)”. A una mujer “no
se la percibe como individualidad, no se le
atribuye ningún poder, no se espera ningún
poder de ella” .26 Por lo tanto, n