El segundero, el minutero y el otro.
Por: Rogers Otero Martínez
Quedamos en vernos en aquella plaza, para luego ir a vernos una peli, la noche estaba comenzando a abrigar las calles azules.
Te esperé un buen tiempo, mucho tiempo, llegue tarde a la peli, (si aja, me la vi) y a pesar que habían muchos transeúntes, me sentí como si estuviera solo en aquel cuarto oscuro y cortante, el mayor del tiempo me quede mirando fijamente la entrada, esperando a que llegaras, agitada, cansada, con el desespero en la mirada, con el cabello revoltoso y la espalda sudada, esperando a que llegaras como tú lo sabes hacer: tarde y hermosa.
Pero nunca pasó nada ante aquella madera vieja que se mantuvo cerrada, la peli terminó y todos salimos, yo te intenté encontrar, te busqué entre la gente, pensé que de pronto habías llegado temprano, pero que va, eso sería un milagro y en esas cosas no creo.
Salí lentamente aún dándote tiempo, caminé despacio entre el tumulto, intentando detener el segundero, el minutero y el otro, por un momento dejé de avanzar, quedé estancado entre la soledad y el desaire, en la mitad de las gradas, pasmado, impávido, callado, quieto, elevado, esperando, bobo… Suspiré, miré el reloj, ya era mucho entonces me dije “Basta men ya no vendrá, basta” y continúe.
Caminé rumbo al paradero las calles ya estaban manchadas de un gris no tan oscuro y comenzó a gotear, para mi desgracia el bus pasé al instante, lo abordé y en el camino mientras el bus se desplazaba lentamente, mientras contaminaba suavecito, mientras aplastaba el asfalto triste, mientras…Mientras te comencé a buscar de nuevo con mi mirada triste, entre tanta gente, entre tanto y tanto, te busqué con desespero, con inquietud, entre hombres y mujeres, bajo los cabellos de las mujeres e inclusive de las más bajas y de cabello denso , te busqué por ahí, te busqué por allá entre el humo de algunos cigarrillos baratos que se desvanecían viento arriba, te busqué dentro de las gotitas que caían lentamente, escarbé entre todo y pensaba, si la veo me bajo, me tiro por la ventana si es necesario y si la encuentro me lanzo, la tomaré lentamente de las manos, dejaré que sus delgados y cálidos brazos se abrochen a mi cuerpo y la apegaré a mi pecho lentamente abrazándola con mis brazos cálidos, la tendré tan cerca que sentirá el latir, mi latir, mi corazón que estará saltando como loco, como un relojito despertador en las frías mañanas, saltando, brincando, loco, preguntándose será que pasará ¿será? . Y entonces la besaré, sí señor, la besaré, entre tanta gente, entre tanto humo, entre tanta gota, mientras escabullo mis manos sobre su cabello negro que tanto me encanta, mientras le palpo esos lunares oscuros (pigmentos quietos, estrellas de su piel). Yo nunca le había besado, la conocía de hace mucho, pero nunca le había dado un beso, siempre eran casi besos, en el saludo o en la despedida, postraba la mitad de su boca sobre la mitad de la mía, me dejaba su aliento mientras se iba mezclando con el mío suspendidos en el aire, me tomaba con la mano izquierda mi mejilla derecha… Muaa.
La mitad de mi saliva, bueno, algo de ella quedaba en la mitad de sus labios, sus huellas sobre la mía, se saboreaba, me plantaba una mirada fija, nunca tan fija y sonreía. Hola como estas o Chao
que estés bien, te cuidas. Y yo me iba desmoronándome lentamente, hambruno de sus labios y de sus estrellas en la piel.
Siempre era la misma jugada y yo nunca me atrevía a probar su boca entera a dejarle huellas en la lengua, en pasear la mía por sus dientecitos blancos y morderle suave el labio de abajo o el de arriba, el que me apeteciera en ese momento, morder la incertidumbre. ¡Qué mal men, qué mal!