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Por: Pablo A.Chilito
Nadie pudo esperar su muerte, ese día se había reducido a un par de cigarrillos y las sombrías canciones de Joy Division, nadie lo sabía pero quizá ese día estaba condenado a desaparecer con el viento, en la ciudad de la vida no pudo esperar y fue arrollado por sus sueños, tan profundos que eran, tan rápido que iban, tan lento que venían, nadie podía confiar en nadie, y, ella solía tener todas la respuestas a esas preguntas que él se hacía, ella solía tener las respuestas a su mente, ellos nunca tenían tiempo para darse un abrazo, nunca tuvieron tiempo para darse un adiós.
Nunca tuvieron tiempo de darse un beso, nunca tuvieron tiempo para mirarse a los ojos en medio de un atardecer veraniego, no tenían tiempo para amarse y mucho menos para pensar, siempre andaban con cierto tono de vértigo en los ojos, tenían los ojos llenos de vértigo y tristeza, les gustaban más las películas donde las escenas transcurrían en blanco y negro y por lo general las veían solos, cada uno por su lado, no se querían y eso se les veía en los gestos, se levantaban y cada uno lo hacía por un lado. Ella con el pie derecho. Él con el pie izquierdo. Nunca se dieron un beso de buenos días, un abrazo de buenas tardes y nunca hicieron el amor de buenas noches, llevaban esa sobriedad que siempre los caracterizo en las venas, ya tan idas, ellos nunca se hablaron, por mucho cruzaban miradas en la mañana y al anochecer cada uno se ponía de un lado de la cama, se miraban y esbozaban una sonrisa temblorosa, no sabían sonreír, cada uno mostraba el aura del día, los de él siempre eran azules, los de ella siempre eran verdes, se acostaban y cada uno volteaba hacia un lado, sus cuerpos rara vez estaban frente a frente y solo una vez despertaron mirando sus ojos, ese día se horrorizaron y usaron gafas oscuras todo el día, esa mañana el no se baño y ella no se vistió adecuadamente, por la tarde él se sentó a leer un libro de tapa roja mientras que ella se deleitaba con las puertas del cielo abiertas de par, miraba al cielo y le daba a esa tarde cantos celestiales uno a uno saliendo de los más profundo de su alma. Él no se percataba de que pasaba así que encendió un cigarrillo.
Por la noche mientras ella dormía placenteramente después de un trabajo extenuante, él simplemente tomó la cámara y se paró frente al espejo, se tómo una foto y se la comió en un sandwich.
Aunque ellos no lo sabían esa mañana harían todo al revés, ella se levantaría de frente, mirando al techo, él se levanto mirando hacia el lado de ella mostrando una sonrisa leve, como si la noche anterior hubiera soñado que hacían el amor y después tomaban vino mientras miraban a la Torre Eiffel. Era un sueño y se sintió muy triste porque así lo era. Ella se sentía nerviosa pues nunca había despertado mirando al techo, se levantó con el pie izquierdo y eso le dio mucha sorpresa, le dieron ganas de gritar pero simplemente se botó al piso y en la esquina del cuarto se arrodillo poniendo sus manos al frente, se movía como si se estuviera mesiendo, por su parte él se levantó con el pie derecho, alzó los brazos y fue hasta donde estaba ella, le dio un beso en la boca y se enredó en su pelo por un momento, sintió como la sangre subía por sus venas y calentaban su corazón. Se levantó del piso y abrió la puerta de la habitación, bajó las escaleras, entró a la cocina y comió. Ella por su parte sintió como llovía en su cuerpo y se sintió agua, se levantó del piso y pudo entonces oler a nubes, se baño muy rápido y bajó aceleradamente las escaleras, allí lo encontró, mientras fumaba, estaba de espaldas y cantaba -Transmission- Por un momento lo dudó pero estaba dispuesta a todo, tomó el arma y se la puso en la cabeza.
En lo cocina sonó un fuerte estruendo, las ventanas se rompieron y un cuerpo cayó al piso. El vestido de flores estaba manchado de tristeza, soledad y melancolía. Él por su parte se dio vuelta y la vio allí. El día tomo un color amarillo para ambos, quién sabe por qué.