«Alguna vez, de chico imaginaba que los pollos iban cacareando por una larga
cinta transportadora que abruptamente caía en un temible embudo metálico. Las
gallinas aleteaban y lanzaban una voz desesperada que se iba apagando una tras
otra cuando sucumbían en una maquinaria enorme que desataba un ruido bestial.
En el otro extremo un pico dosificador escupía trozos amarillentos sobre un papel
de aluminio. Patas, pico, cresta, alas, tripas; todo iba a parar al “caldito
concentrado”.»
Esa era mi disparatada versión de cómo se producían, pero viendo la realidad, hoy
pienso que con mi pesadilla me he quedado corto.
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