Capítulo I
¿Qué comemos?
El origen y la composición de los alimentos.
“Que la comida sea tu alimento, y el alimento tu medicina” [Hipócrates]
“La comida que comes puede ser la más poderosa forma de medicina o la forma más lenta de
veneno” [Ann Wigmore]
Palabras clave {ultraprocesados, artificial, calditos, globalización}
No es una novedad que con el advenimiento de las nuevas tecnologías, sobre todo en
el campo de la comunicación, el ser humano protagoniza una ráfaga avasalladora de
cambios en las pequeñas acciones que componen la vida cotidiana. Desde las ciudades
más modernas hasta los parajes más alejados campo adentro han sido penetrados por
las modificaciones de la globalización: televisión satelital, teléfonos celulares, GPS y la
interminable manufactura industrializada de prácticamente todos los productos. Las
tareas domésticas se han reducido, dándole espacio a jornadas laborales que invitan a
buscar soluciones más “prácticas” para las cuestiones del hogar. Las ve rduras no se
obtienen de la huerta, se compran en la verdulería; las arvejas vienen en lata, las lentejas
en paquetes de nylon, las tortas nacen de un polvo empaquetado en cajas de cartón
colorido. En las ciudades no sabemos y ni siquiera nos preguntamos de dónde salen los
alimentos, ya que gran parte de la naturaleza nos es remotamente conocida. Pero el
proceso de enajenación de algo tan básico y primordial como los componentes de
nuestra dieta no termina allí: un paso más allá está desentenderse hasta de la propia
elaboración y cocción. La comida nos llega “hecha” o, muchas veces peor, “lista para
preparar”. El paquete ilustra un “risotto con hongos” pero contiene un producto
acartonado, artificial, con alguna especie deshidratada y un cóctel de químicos para
saborizar, aromatizar, preservar y hasta colorear lo que luego deglutiremos.
Componentes como jarabe de maíz de alta fructosa o la lecitina de soja se encuentran en
casi todos los empaques, conformando alimentos denominados ultraprocesados que a
pesar de tener “sabor a queso” o a “frutilla” tienen una sorprendente similitud en cuanto a
su materia prima y preparación. Los saborizantes hacen el resto, distorsionando el
paladar con sabores artificiales que nada tienen que ver con un puré de papas o una
sopa. El cóctel con exceso de azúcares, sal y aditivos como los “resaltadores de sabor” 1
generan además de una adicción, una costumbre tan fuerte que convierte en desabrido
cualquier manjar natural.
Todo esto sería fácil de ver si los cambios se hubieran dado de un día para el otro.
Pero lógicamente, el sucesivo reemplazo de las costumbres se fue dando de manera
1
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