adquieren diferentes tamaños, formas y colores; que si bien responden a una similitud de
especie, serán siempre irregulares. Una mancha es un hecho normal, natural, lógico,
sano. Un veneno aplicado para controlar un insecto no lo es. Es curioso que esta
afirmación, de puro sentido común, haya sido desterrada y substituida por su antónimo
en la creencia popular.
El reemplazo de las técnicas de cultivo a partir de elementos que provee la naturaleza
fue un proceso explosivo, en el sentido de que hubo un “boom” relacionado con la
facilidad y eficacia de los productos químicos sobre sus sustitutos tradicionales. El
cambio alcanzó en primera medida a los grandes sembradíos, pero se ha extendido a
todo el arco de productores, y hasta las mismas huertas caseras. Un purín de ortiga, unas
cuantas cabezas de ajo machacado con alcohol o un rociado a base de agua y cenizas
de madera han sido reemplazados por productos químicos que demuestran una
efectividad asombrosa a la hora de matar. Claro, este verbo letal es mencionado como
controlar plagas o proteger la planta; algo que suena bastante más ameno. En las
etiquetas advierten sobre la toxicidad del producto, aunque rara vez prestamos atención
a estos avisos. Son peligrosos para su manipulación, altamente nocivos para el medio
ambiente y tienen un periodo de “carencia” en el cual no podemos consumir el vegetal
fumigado, porque aún contiene altas dosis del veneno. No hay agua que alcance para
quitar este residuo tóxico, aun siendo prudentes y aguardando el tiempo aconsejado, los
componentes muchas veces quedan impregnados o alojados invisiblemente en la
cáscara o el interior de los frutos. Dramáticamente, existen víctimas que han sufrido las
consecuencias de consumir estos productos post fumigación. En diversas etiquetas se
advierte sobre la acción dañina de los agroquímicos en cuencas, pero rara vez se toman
medidas preventivas 7 ; tenemos poca conciencia de lo que genera el drenado de estos
productos hacia los causes de agua a través de las lluvias. A su vez, existe en el paisaje
campestre un elemento más frecuente que los clásicos eucaliptus o las lechuzas
apostadas en los postes de quebracho de los alambrados: el bidón vacío. El popular
descuido respecto a su desecho provoca que sea arrojado en los lotes como si de un
enorme basural se tratara. Resquebrajados por el Sol, se mantienen como resecos y
desmembrados testigos de lo que su uso y abuso provoca en el entorno. En mayor o
menor medida todas las personas estamos afectadas por los retazos de estas prácticas,
habiendo consumido, al menos en bajas dosis pero constantes a lo largo del tiempo
componentes nocivos sin siquiera haber sido alertados.
Para completar este panorama oscuro, qué estrago más tormentoso que el de la
“manufactura” de animales para consumo humano. La crianza donde los animales
pastoreaban y transcurrían su vida hasta alcanzar las condiciones necesarias se ha ido
relegando. Ese trascurso ha sido acelerado, tecnificado e incentivado siniestramente. Se
practica una ingeniería de procesos similar a la aplicable a procesos muertos de
componentes inertes, como extraer un mineral o fabricar un envase plástico. Esa
tecnificación condena al animal a una existencia atroz, con un grado de crueldad
7
Eleisegui, P. (20/06/16). La cuenca de todo el Paraná está contaminada con glifosato. Adelanto24.
Recuperado de: https://goo.gl/BxZCvC
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