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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
Ya quedaba poco trecho para que la campana llegara a su destino, cuando
fray Perico, que venía de la cocina comiéndose el postre, se detuvo con la boca
abierta junto a la fila de frailes. ¡Era hermoso ver subir aquel mastodonte de
hierro como si fuera de hojalata! Fray Perico arrojó al suelo la cáscara de
plátano, el padre visitador la pisó, perdió el equilibrio y, ¡cataplum!, los veinte
frailes tropezaron uno tras otro y la campana se precipitó al barranco.
Los frailes quedaron colgando y pataleando en el vacío, cada uno a diversa
altura, agarrados a la cuerda. Todos gesticulaban, todos daban gritos y, al
extremo, el borrico, que rebuznaba como un descosido.
Fray Perico, con las manos en la cabeza, no sabía qué hacer. Corrió por el
cuchillo de la cocina, lo afiló y, agarrando el extremo de la cuerda atada a la
campana, ¡zas!, de un tajo la cortó. Fue todo en un instante. El burro y los frailes
cayeron en confuso tropel. Fray Perico, que aún sostenía el otro cabo, subió
como por ensalmo al campanario y quedó colgado de la garrucha.
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