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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
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Los melones de la montaña
Pero el padre superior no se contentaba como San Francisco. Un día, harto del
poco aprovechamiento de fray Perico, le castigó a trabajar de firme en la huerta.
Fray Cipriano, el hortelano, movió la cabeza preocupado cuando fray Perico,
después de mirar el azadón como si fuera un bicho raro, lo asió al revés y, al
levantarlo, se dio un golpe en la cabeza que se quedó casi sin sentido. Fray
Cipriano le regañó por su poca maña y el lego, un poco mohíno, volvió a
intentar clavar el azadón en el suelo. Pero lo hizo con tan poca puntería que casi
se quedó sin pies.
—¡Ay! -gritó el pobre fraile, soplando sus dedos magullados.
Los frailes, después de ver que fray Perico no se había hecho mucho daño,
comenzaron a reírse de buena gana, lo que molestó aún más al lego, que,
después de echarse saliva en las manos, tomó la herramienta y la alzó con las
manos, con tal ímpetu que se le escapó y salió volando por encima de un
ciruelo.
El hermano hortelano guardó el azadón y le mandó a tomar melones, pues
eran los primeros días de agosto.
Fray Perico ensilló el borrico y salió silbando, vereda adelante, con un gran
serón para la mercancía. Al llegar al río, se paró. Allí no había melonar por
ninguna parte. Había álamos, zarzamoras, robles, olmos, chopos, pero el
melonar estaba tan escondido que, ni siquiera después de rezar hasta una
docena de Padrenuestros a San Antonio, aparecía ni vivo ni muerto.
-¿Qué haces ahí? -le preguntó fray Sisebuto, que iba a la fragua.
-Nada, que vengo por melones y han robado el melonar.
-¡Pero, hermano! ¿No lo ves allí? -exclamó el padre herrero, señalando hacia
el monte.
Fray Perico tomó el burro y fue hacia aquella parte. Cuando llegó, se quedó
con la boca abierta. Los melones eran tan pequeñitos que parecían ciruelas. El
fraile se subió a un árbol y comenzó a coger el fruto. Se comió uno de un bocado
y exclamó estupefacto:
-¡Atiza, si tiene hueso dentro!
Fray Perico no quiso ni enterarse y, después de llenar el serón, lo cargó sobre
el asno y subió c antando al convento. Cuando fray Mamerto metió las narices
en el canasto, dio una patada en el suelo y vociferó:
-Pero, ¿qué traes ahí?
-Melones.
-¡Pero si son ciruelas! -chilló fray Mamerto.
-Me he equivocado de árbol -se excusó humildemente fray Perico.
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