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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
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Pajaritas de papel
Un día, fray Olegario se enfadó y con razón: fray Perico había hecho cisco el
libro más gordo de la biblioteca y había hecho más de cuatrocientas pajaritas de
papel que llenaban la larga mesa de la biblioteca como si fuera un gallinero.
Era un libro de álgebra y trigonometría, lleno de números y de raíces, donde
fray Procopio hacía sus cálculos para saber las distancias de la Luna y las
estrellas, y si había atmósfera, humedad y vida en las remotas inmensidades.
Fray Perico consideraba todo eso una tontería pues, enchufando el telescopio al
cielo, se veían por la noche, según decía él, correr elefantes por la Luna y saltar
liebres en Marte y dar coletazos las ballenas en los mares de Júpiter. ¡Qué
necesidad había de tantos numerajos feos, de tantas cuentas interminables, de
tantas ecuaciones, progresiones y zarandajas!
Orientaba el telescopio y se veían cosas maravillosas a cientos de kilómetros
de la tierra. El burro también miraba y se ponía tan contento viendo correr
multitud de borricos por los fértiles prados de Marte. ¡Cómo rebuznaba el
asnillo al mirar por el anteojo!
Por eso fray Perico, en vez de estudiar la cartilla, llena de signos
incomprensibles, se había puesto a hacer pajaritas de papel con aquel librote
serio, de hojas inacabables, escrito por un tal Pitágoras a quien, según decían, se
le había ocurrido inventar la tabla de multiplicar.
-¡Vaya un tostón! -dijo fray Perico.
Y arranca que te arranca y dobla que te dobla, aquel libro había quedado
convertido en una pajarería. El burro resopló, y las pajaritas volaron desde la
mesa a la ventana, y desde la ventana hasta los manzanos y los perales y los
tomatales de fray Mamerto, que se quedó turulato al ver el huerto plagado de
aquellos extraños pájaros.
Corrieron los frailes a sus gritos y, después de cazar varios de aquellos
picudos animalejos y después de discutir cómo habrían llegado hasta allí y de
qué especie eran, pudieron comprobar que salían de la ventana de la biblioteca
en bandadas numerosísimas.
-¡Atiza, si son las hojas de mi libro! -gritó fray Procopio medio llorando.
-Esto es cosa de fray Perico -afirmó el padre superior mientras corría,
seguido de todos los frailes, escaleras arriba.
Cuando llegaron era tarde. Del libro sólo quedaban las pastas.
El padre superior se puso como un basilisco, expulsó a fray Perico y a
Calcetín, con cajas destempladas, de la biblioteca y gritó:
-¡Desde mañana irás a la escuela del pueblo!
-Yo no quiero ir -dijo fray Perico.
-Pues irás, lo mando yo.
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