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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
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¡A la escuela!
Al día siguiente, el padre superior llamó a fray Perico, le montó en el borrico y
dijo:
-¡A la escuela! Y no se te ocurra pararte a tomar una seta o una hoja de perejil
en el camino.
Fray Perico, llorando, tomó su cartera y se presentó a la puerta de la escuela
acompañado del borrico.
Estaba el maestro sentado a su mesa y el borrico asomó la cabezota por la
ventana y dio un par de mordiscos en el sombrero de paja que estaba colgado
en la percha. ¡Qué susto se pegó el pobre maestro!
Los muchachos salieron por las ventanas y rodearon a fray Perico, que estaba
subido en su asno como un patriarca. El maestro, un hombre viejecito y calvo,
salió muy enfadado con los restos del sombrero en la mano:
-¿Qué deseas, hermano?
-Quiero aprender a leer, a escribir y a hacer cuentas.
-Pues entra, pero deja el borrico atado a ese árbol.
Fray Perico lo ató y entró en la escuela. Todos los muchachos querían que el
fraile se sentara a su lado y le llamaban y le ofrecían lápices y gomas, avellanas
y sacapuntas.
Pero el maestro le puso en el primer banco para tenerlo cerca de su vara,
pues el fraile, desde que entró, no hacía más que repartir estampas y tirar de las
orejas a los más traviesos, diciéndoles que fuesen buenos. Así que se sentó fray
Perico, el burro, que se vio solo, comenzó a rebuznar, y el maestro tuvo que
cerrar las ventanas pues no podía explicar la lección.
Mas el asno rompió la cuerda que lo sujetaba, se acercó a la puerta, y de un
par de coces hizo saltar la cerradura y un trozo de madera con un estruendo
terrible.
-¡Adelante! -dijo el maestro. El animal buscó dónde estaba el fraile y, pasillo
adelante, se colocó junto a él ante el asombro del maestro y el regocijo de todos
los discípulos.
-¿Sabe leer? -preguntó el maestro, asombrado, observando que el asno
miraba muy atento la cartilla de fray Perico.
-Más que yo -dijo el fraile-. Sabe las vocales.
Fray Perico le señaló la a, y el burro rebuznó una a tan sonora que el maestro
se tapó los oídos por no quedarse sordo.
-¡Basta! ¡Basta! -gritó el maestro-. Prefiero que escriba, así tendrá la boca
cerrada.
Fray Perico puso el lápiz en los dientes del pollino, y éste, moviendo la
cabeza, llenó de palotes un cuaderno entero. El maestro estaba patidifuso y
preguntó que si sabía también sumar.
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