FRAY PERICO Y SU BORRICO FrayPericoYSuBorrico | Page 36

Juan Muñoz Martín Fray Perico y su borrico 15 · · · · · · · · · · · · · · · · · · · El lobo Los pastores estaban aterrados: un lobo grande y hambriento había llegado de la sierra acosado por el hambre, atacaba a los ganados y se comía las ovejas, las gallinas y todos los animales que encontraba. Por la noche se le oía aullar, y los aldeanos se acurrucaban en la cama, con los pelos de punta. Un guarda perdió al correr el sombrero y los zapatos, y el lobo se los comió sin dejar más que los cordones. Los frailes temían por Calcetín. Por la noche hacía uno guardia con una estaca, en la puerta; por la mañana no le dejaban salir a la huerta y, si salía, iban todos alrededor, cada uno con una escoba. Así estaban las cosas cuando un buen día el lobo desapareció; ya no entraba en los corrales, ya no se encontraba ninguna oveja despedazada, ya no había rastros por la nieve. ¿Se habría muerto de frío? Una tarde, fray Perico fue a vender cacharros al pueblo. Cuando volvía con un jamón que le habían regalado, vio al lobo pillado en un cepo. Lanzaba unos aullidos lastimeros, pero en la boca le asomaban unos colmillos horribles de grandes y los ojos parecían dos carbones encendidos. Tentado estuvo el fraile de echar a correr, pero pensó que los vecinos eran muy rencorosos y matarían al lobo sin piedad cuando lo vieran indefenso. Entonces le echó el jamón, y el lobo se lo comió en un santiamén, con hueso y todo; después se relamió y abrió la boca por lo menos tres cuartas. «Tiene hambre -pensó fray Perico-. Si lo suelto no le costaría mucho comernos al burro y a mí sin dejar ni los huesos; pero tengo que soltarlo, pues si no, se morirá sin remedio.» De pronto se acordó de que llevaba en el bolsillo el rosario de San Francisco. Lo sacó con mano temblorosa y rezó lo menos doscientos o trescientos rosarios, pidiendo a San Francisco por el lobo. Muy despacio, muertecito de miedo, se acercó al animal y le ató el hocico con el rosario de San Francisco. El lobo podía haberle dado un mordisco, pero se estuvo quieto y apagó el fuego de sus ojos. Alguna virtud extraña tenía aquel rosario. El fraile abrió el cepo que aprisionaba las patas del lobo, le curó como pudo las heridas con su pañuelo y le dijo: -¿Te vienes al convento? El lobo dudó un poco, pero siguió a fray Perico que, montado en el burro, tomó la cuesta abajo. Unos leñadores, cuando vieron al lobo detrás de fray Perico, tiraron las hachas y se subieron a un pino muy alto. El tío Carapatata, el molinero, se metió en un saco de harina. El tío Pistolas, el cojo, tiró las muletas y llegó más de prisa al pueblo que cuando tenía las dos piernas sanas. Y fray Perico llegó al convento con el lobo detrás y corrió a la iglesia a dar las gracias a San Francisco. - 36 -