FRAY PERICO Y SU BORRICO FrayPericoYSuBorrico | Page 35
Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
zanahoria, una hoja de lechuga, una naranja, un puñado de higos. ¡Qué
pelmazos! Le arreglaban la almohada, le mullían el colchón, lo arropaban bien
con las mantas y fray Perico le contaba un cuento para que se durmiera. Daban
las nueve y ya estaban los frailes roncando. El que más roncaba era fray Perico.
Hacía un ruido como una trompeta vieja. Los frailes se levantaban enojados
porque Calcetín podía despertarse con aquellos ronquidos. Pom, pom, pom,
daban golpes en la puerta.
El único que no dormía era el padre superior, que se pasaba muchas noches
rezando el rosario o echando las cuentas del convento.
¡Kikirikí! Los frailes, tiritando, saltaban de la cama y corrían por el pasillo
para entrar en calor. Bien lavados y peinados, iban a despertar al borrico, le
daban los buenos días, le lavaban la cara y las orejas y luego lo secaban y lo
peinaban.
Fray Perico no quería levantarse. El burro tiraba del colchón con los dientes y
echaba a fray Perico al suelo. El pobre fraile se levantaba con los ojos cerrados,
se ponía las zapatillas al revés, se llevaba una sábana creyendo que era una
toalla, en vez de jabón asía una onza de chocolate, se lavaba con un dedo, se
limpiaba los dientes con el cepillo de los zapatos, y se volvía a meter en la cama
con zapatillas y todo.
¡Dan, dan, dan! Los frailes tocaban uno por uno la campanilla al entrar en la
iglesia. Pero ya no eran veinte campanadas: eran veintiuna, porque fray
Calcetín también tiraba