visiones fundantes ni a los primeros videntes. Ninguno de ellos
tuvo éxtasis. Laburu entró en escena cuando ya se había verificado
la división entre los primeros y segundos videntes, y eran patentes
las desviaciones visionarias de los mismos.
Las experiencias del P. Laburu -las de 1931, y más
especialmente las de 1932- se desarrollaron con visionarios
del segundo Ezkioga. El material gráfico del P. Laburu es de
los visionarios de la segunda época. Hay en él un funesto error
metodológico, cual es la suposición de que en todas las etapas de
Ezkioga, las visiones fueron de la misma naturaleza. Para él todo
lo que sucedió en Ezkioga era el contenido de sus filmaciones.
Todas las verificaciones que realizó en sus experiencias sicológicas
pertenecían por igual a la esencia de Ezkioga. Ignoró que en el
origen de Ezkioga hubo unos fenómenos que él jamás hubiera
podido analizar. Y eso había sido nada menos que lo fundante
de Ezkioga. Su error estaba en que la identificación de todo lo
de Ezkioga únicamente con los fenómenos observados por él, le
llevó a la convicción de que en Ezkioga nunca hubo más que los
visionarios de la segunda época estudiados por él, y que tales
fenómenos eran todos iguales. Laburu no conoció ni lo mejor de
Ezkioga (la primera semana) ni lo peor de las apariciones (la falsa
estigmatización de Ramona). Fue uno de los autores que más
contribuyeron a pensar que todo lo de Ezkioga fue homogéneo e
igualmente no-verdadero. Para colocar en la historia de Ezkioga
la aportación del P. Laburu, hay que tener en cuenta dos cosas:
la esencial diferencia entre los videntes primeros y segundos, y
la simplificación de su apologética limitando su observación a
los hechos claramente pertenecientes a la segunda época en la
cual surgieron todas las desviaciones. Ahí está el sofisma en que
se basa toda la tesis de Laburu sobre Ezkioga. Su testimonio no
vale para el primer Ezkioga, que es donde se juega lo esencial del
conflicto entre la verdad y la falsedad de las apariciones.
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