8-Los devotos
Bernoville diferencia netamente los grupos de videntes. No
hizo otro tanto con los grupos de devotos. En un primer tiempo la
afluencia de devotos fue del mismo contexto local de Guipúzcoa.
La noticia difundida desde el lunes 1 de julio, boca a boca, en
crisis- y entonces vino la letanía a la Santísima Virgen que había de ser recitada
con los brazos extendidos en forma de cruz. Tuve que desistir en el intento de
hacerlo también yo, ya que mi posición era demasiado inconfortable. Sentí
vergüenza, ya que todos los viejos y lisiados de mi derredor estaban con los
brazos completamente extendidos. La letanía, en contraposición al rosario, fue
rezada en latín y desde su mismo comienzo sentí la curiosa sensación de ver
crecer la excitación colectiva. El aire se había hecho bochornoso; en lo alto
de los árboles, frente a mí, vi una nube blanca y tenue. «Rosa mística, Turris
Davídica, Turris eburnea, Domus Aurea» resonaba en la vasta bóveda tachonada
de estrellas. Sentí que la excitación devota de los miles y miles de personas que
me rodeaban me envolvía y elevaba el alma de mi cuerpo. De repente oí un grito
que atravesó el ritmo zumbante de la letanía. Todos los que estaban de rodillas
cerca de mí se levantaron y miraron a su alrededor. Muchos se abalanzaron hacia
el sitio de donde provenía el sonido y se arracimaron sobre la masa arrodillada.
Entonces resonó otro grito y la palabra Ama, ama, ama repetida una y otra vez
espasmódicamente. Era una joven que había visto a Nuestra Señora. El gentío
se apretujaba alrededor y repentinamente la vi llevada sobre los hombros de
cinco hombres y transportada colina abajo como si fuera un cadáver. Entonces
me sentí nuevamente consciente del inexorable subir y bajar de la letanía y en
ese momento escuché una voz aguda, a mi izquierda, entre los árboles. Era la
voz de una niña dirigiéndose a la Virgen. A ratos la voz continuaba en una nota
alta y la niña lloraba implorando el favor de Nuestra Señora. Todos los que
me rodeaban aceleraron sus contestaciones a la letanía para poder escuchar la
vocecilla triste y angustiada. La niña estaba viendo la visión de Nuestra Señora;
no intercedía para sí misma sino que rezaba para que la vista y el oído fueran
dados a su padre ciego y sordo que estaba a su lado. La apasionada súplica,
conmovedora porque surgía de la más pura fe y expresaba la intensa ansiedad
de la niña por la presencia de la todopoderosa Madre que iba a traer consuelo
para su mundo. Todo el mundo, tanto los rudos hombres del campo como los
más tímidos niños, ansiaba que la gran Madre apareciera en el cielo en una
hermosa visión a modo de «Dolorosa» vestida de negro y blanco, con su rostro
blanco y radiante y un cúmulo de estrellas brillando en su cabello. (...)» (Walter
STARKIE, Spanish Raggle-Taggle, ibid.).
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