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Estas diferencias “de función” se suman a diferencias en la extensión y estructura de la educación secundaria. Aunque la extensión típica de la enseñanza secundaria es de seis años, los casos nacionales varían en un rango que va desde los cuatro a los ocho años. En cuanto a la estructura, a grosso modo el modelo más recurrente consiste en un sistema escolar de tres ciclos, donde los dos primeros (primaria y secundaria baja) ofre- cen formación común de carácter general y el tercero (secundaria alta), formación diferenciada en instituciones especializadas y por tanto se- paradas. Con todo, existen muchas excepciones a esta configuración, las cuales tienden a seguir o el modelo alemán de educación secundaria baja diferenciada o el modelo norteamericano con secundaria baja y alta indiferenciada. Es decir, las instituciones de educación secundaria se ubican en un continuo que va desde la formación académica-general, hasta la enseñanza vocacional-técnica, pasando por un tipo de educa- ción polivalente o mixta. Aunque ha existido un largo debate en cuanto a las ventajas y desventajas de este tipo de opciones, la investigación parece converger en que modelos de segmentación temprana y fuerte – como el alemán– serían más eficientes en la distribución de sus egresa- dos, pero que modelos menos segmentados y que postergan la especia- lización –como el norteamericano– serían más equitativos (Kerckhoff, 2000; Morimer y Krüger, 2000). En último término, lo que está en juego en la evolución histórica y en la persistencia de una gran diversidad estructural e institucional de la educación secundaria es el esfuerzo porque esta cumpla un rol de “bi- sagra” entre las funciones de socialización escolar (común para todos) y de selección académica (inevitablemente diversificada y jerarquizada). Pero la función de filtro de la educación secundaria no se compatibiliza fácilmente con la noción más contemporánea de concebirla como un de- recho universal de los propios adolescentes y jóvenes. Así, como ningún otro nivel educativo, la educación secundaria ha estado tensionada por compatibilizar principios contrapuestos, intentando ser meritocrática y compensatoria, terminal y preparatoria a la vez. Por último, la comunicación intergeneracional que la educación supone, se ha vuelto cada vez más difícil de lograr para los educadores del ni- vel secundario. Los jóvenes y adolescentes producen una “cultura juve- nil” distinguible, en muchos aspectos opuesta a la del mundo adulto y, particularmente, a la de la escuela: comienzan a desarrollar diversidad de intereses, manifestar distintas motivaciones y vocaciones, cultivar prácticas y lenguajes diferenciados. Todo esto ha puesto enorme pre- 80