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cho importantes avances, considerando la primera infancia como una instancia estratégica para fortalecer las oportunidades educativas y de desarrollo de los niños. Varios países de la región han bajado la edad de escolaridad obligatoria incluyendo la asistencia al nivel inicial o prepri- maria. Asimismo, se han hecho esfuerzos en aumentar la cobertura y el acceso a estos niveles de los niños que viven en situaciones más vulne- rables (UNICEF, 2012; OEA, 2012). Con todo, cada vez más la principal preocupación respecto de la aten- ción y educación de la primera infancia a nivel regional es la baja cali- dad de los programas y servicios existentes, lo cual se ve agravado en los sectores más desaventajados (UNESCO, 2007; BID, 2010; CEPAL, 2007). Los estados han intentado asegurar la calidad de los programas utilizan- do indicadores relacionados con los insumos necesarios para llevar a cabo una buena atención y educación, como por ejemplo la proporción alumnos-docente, la disponibilidad de material pedagógico y la forma- ción del personal a cargo. Si bien estos indicadores son importantes, resultan insuficientes para determinar la calidad de los procesos y co- nocer los resultados de la atención y educación de la primera infancia (Lowe y Wolfe, 2000). En ese sentido, se ha recomendado incorporar in- dicadores relativos a aspectos tales como la calidad de las interacciones entre cuidadores y los niños, la participación familiar, la integración in- tercultural y de las necesidades diversas de los niños (UNESCO, 2007a); aspectos ciertamente mucho más difíciles de observar y recopilar como información oficial, y sobre todo, de intervenir desde las políticas. Desafíos La creciente evidencia respecto a los potenciales beneficios individuales y sociales de los programas de atención y cuidado en primera infancia ha relevado la importancia de asegurar el acceso de estos programas, a fin de igualar las oportunidades y reducir las consecuencias intergene- racionales de la pobreza y la desigualdad. Además, el incremento de la participación de la mujer en el mercado laboral, y el aumento de las familias monoparentales, han posicionado el acceso y la cobertura de estos servicios como un tema prioritario en la región, orientando las políticas públicas en ese sentido, especialmente en el sector más vul- nerable (UNESCO, 2007b; UNESCO, 2007a; CEPAL, 2010). Sin embargo, la inversión en primera infancia presenta un desafío fundamental, ya que sus beneficios educativos y de desarrollo están condicionados por la calidad de los programas, la cual es difícil de garantizar y monitorear (OEA, 2012). 55