Evangelista N°02 | Page 9

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Yendo desde el aspecto de "don ministerial", podríamos definir que en Efesios 4:11 establece los 5 dones dados por nuestro Señor Jesucristo para el gran trabajo de "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". (Efesios 4:12) y evangelista es uno de esos preciados dones.

A lo largo de mi vida cristiana he notado cómo el don de evangelista ha sido minimizado a un grado insignificante por cierto sector de autoridades de algunas congregaciones, incluso he visto como este don ha sido reconocido como el siguiente escalón después de haber ejercido el diaconado. Hay casos de congregaciones que de pronto por ver a algún diácono que tiene cierto fervor y pasión de hablar de Cristo, le dan un ascenso a su siguiente escalinata ministerial como evangelista.

Este artículo no está dedicado a crear una posición de autoridad sobre si el evangelista es más que un pastor, o un maestro, sino de dar a conocer que es un don bien importante en la función del cuerpo de Cristo y que no todos tienen en cuenta, porque en principio en la mente de muchos creyentes lo relacionan en el sector de autoridad o influencia entre los hombres. Algunos lo consideran un don menor o de poco prestigio, y es en esta idea, donde los invito a que reflexionemos.

¿Podemos considerar que un don de Dios, sea menor o mayor? Si bien al apóstol Pablo en 1 Corintios 12:31 habla de anhelar lo mejor, podemos entender que si somos siervos del Señor, representamos que estamos al servicio de nuestro Señor Jesucristo, quien nos amó, y nos salvó a precio de su propia sangre. ¡Somos agradecidos por esta salvación tan grande que hemos recibido! Y a medida que nuestra vida cristiana avanza, una de las cosas que anhelamos es poder trabajar en su obra, entonces aparecen numerosas actividades en las que podemos involucrarnos; en ocasiones uno empieza a sentir el llamado orientado hacia un ministerio. Nos capacitamos, trabajamos apoyando a nuestro pastor en la congregación a la que pertenecemos y un día descubrimos que hemos sido bendecidos con este precioso don de evangelista.

Respondemos al llamado del Señor siendo instruído en nuestra tarea local. Y comienza todo un proceso de crecimiento, preparación, capacitación, y trabajamos bajo autoridad, siendo guiados por nuestras autoridades del ministerio a cumplir con metas y responsabilidades.

Aquí es donde comienza una nueva etapa en nuestra vida cristiana. Porque al recibir este don para anunciar las buenas noticias, comienza una lucha interior entre descubrir nuestra identidad, en descubrir la capacidad

de trabajo. Allí es donde se mezclan en principio sueños relacionados con el ego personal, y que debemos detectar inmediatamente. Muchas veces uno hace visualizaciones personales, de ser un predicador de renombre, alguien distinguido en el mundo eclesiástico en la ciudad, y ya algunos albergan o depositan en su mente las cosas que harían, y como se distinguirían de entre los demás evangelistas. Y ahí hay un error de principio acerca de lo que queremos ser, y lo que el Señor quiere que seamos. Pablo dice "por su gracia soy lo que soy" (1 Co 15:10). Visualizamos espacios de gloria personal, y de pronto leemos en 2 Timoteo 2:24 que el siervo del Señor debe ser apto para enseñar y sufrido. Y cuando volvemos a Efesios 4:12 el apóstol Pablo hace énfasis que quienes son llamados a ejercer este don, lo deben hacer con una finalidad establecida por el Señor, o sea, no es una profesión que elegimos, sino que ejerceremos un profesión a la que nuestro Señor Jesucristo definió la finalidad de tal llamado: "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:12-13). Significa que el evangelista tiene una tarea importantísima al lado de los otros ministerios. Es un servidor del reino de Dios con un objetivo bien preciso de llevar las buenas noticias y también ocuparse del trabajo de llevar a creyentes a la unidad y conocimiento de Cristo. Con semejante tarea, no hay espacio para proyecciones personales.

"el siervo del Señor debe ser apto para enseñar y sufrido"

"Un evangelista es un apasionado que habla de Cristo"