ETHNOLÓGICA No. 02 (2018) | Page 86

Ethnológica 02 (2018) Mélanie Lercier A continuación, es preciso analizar otro tipo de desplazamiento mucho más elusivo, pero sin embargo clave, a saber el movimiento simbólico hacia los cerros. Sea a nivel doméstico o comunitarío, éste se manifiesta física o metafóricamente en el espacio, empezando por las peregrinaciones propiciatorias. En este tipo de movilidad, el concepto de respeto antes mencionado es más que nunca imprescindible. De hecho, se debe pedir permiso al cerro elegido en cada etapa del rito -o sea antes, al subirlo, al llegar en la cima, pero también al bajarlo- para que éste consienta a que se retiren los solicitantes y anuncien el pago que se va a hacer a la tierra. Eso nos lleva a lucir, entonces, en la segunda dinámica ritual entorno a las cumbres, a saber las ofrendas. Ellas nos permiten observar, desde luego, el papel de los cerros como delimitadores del espacio geográfico y simbólico. Así, el pago es una «recreación reducida y exacta del espacio en el que viven las divinidades a las que está destinada» (Fernández 2010: 186). Lejos de sólo ser un envoltorío de comida, la mesa junta objetos que a la vez simbolizan y complacen a los apus. Por la reproducción del paisaje mítico y geográfico afectado por la ofrenda, se quiere, por consiguiente, tanto reconocer el dominio de los cerros como envolver a todos los seres en un microcosmos marcado por interacciones entre hombres y cumbres delimitadoras. Mediante el ritual simbólico -reforzado por las oraciones-, se juntan las alturas y la comunidad en un mismo espacio metafórico de fronteras muy permeables, donde se facilitan las interacciones entre seres humanos y no-humanos. Sin embargo, más allá de las ofrendas, la personificación de los cerros en los mitos nos permite explorar otra vertiente de su manifestación en el paisaje. De hecho, éstos dan luz a cerros vivos, de actitud humana, que encarnan los acontecimientos históricos -tanto a escala local como supra-comunitaria- y sociales del pueblo quechua. De mismo modo que los humanos, las montañas del espacio mítico se mueven entonces en el espacio geográfico, cumpliendo la función histórico-social de recordar a los hombres las relaciones de poder y dominación que se enmarcaron en el paisaje a lo largo de los siglos. En este aspecto, los cerros aparecen como miembros de la comunidad que contribuyen a mantener la memoria social. Por medio de la movilidad surge otra vez la ambivalencia de los cerros que, si se establecen, por su función ontológica, como figuras de la alteridad, también son parte integrante de la comunidad por preservar la memoria mítica, histórica y social. Por la proyecciones que hacen en el paisaje, los 86