La relación entre la personalidad de los cerros (pág. 81-88)
Ethnológica 02 (2018)
son los cerros? Si bien hay que repensar el maniqueísmo arbitrarío que
intenta categorizar los cerros según criteríos de bondad o maldad, podemos
destacar sin embargo que en éstos alternan rasgos más o menos temibles
para los hombres. Así, las cumbres, en las cuales conviven «polos contraríos
(pero no contradictoríos)» (Martínez, 1983: 90), sólo se podrían distinguir
por grados de peligrosidad, según sigan una mayor tendencia a la voracidad
o la benevolencia.
Una vez pasadas estas primeras consideraciones, hace falta
analizar con más detenimiento la ambivalencia de los cerros. En efecto,
la antropomorfización sistemática de las montañas nos lleva, de pronto, a
notar las múltiples facetas que van tomando bajo determinados factores
temporales, espaciales y coyunturales. Al contrarío de la lógica cristiana, no
existen dicotomías rotundas en la cosmovisión andina, por lo cual tanto al
nivel genérico -muchos de los cerros son andróginos- como de las formas de
ser, las montañas son entidades tan complejas como el ser humano. Acerca
de este último punto, cabe poner de realce el papel clave de la tradición
oral en la antropomorfización del paisaje. Por recrear mitos en su entorno
geográfico, el hombre andino contribuye a la humanización y dinamización
de los cerros (Gil y Fernandez 2008). Al proyectar recuerdos, ideologías
y sentimientos humanos en el paisaje, se consigue así una personificación
de los cerros. A la luz de esta teoría, la multitud de descripciones de las
cumbres cobra entonces sentido. Esto nos lleva, por ende, a hablar de
antropormorfización de la alturas, por el paralelo que se puede hacer entre
el carácter cambiante de los cerros y el de los humanos.
Los andinos, por considerar las cumbres como figuras de la alteridad,
siguen con ellas una lógica de opuestos complementaríos, sometidos
a relaciones de reciprocidad. Así, la ambigüedad de los cerros luce en la
tercera función que cumplen ellos -además de geográfica y simbólica-, o sea
social y cultural. Planteadas como figuras de la alteridad por comunidades
en búsqueda de identidad, las cumbres contribuyen a la construcción
ontológica andina. Seres tanto benévolos tanto temibles y voraces 1 , su
posición intermediaria se ve muy bien expresada por su apariencia y actitud
humana -cuando se ponen en contacto con los hombres- y su sitio dentro
de una jerarquía social interna muy parecida al parentesco quechua. Por ser
el elemento constitutivo del entorno geográfico del hombre andino, el cerro
1 Por no conseguir a domesticarse el hambre, los cerros se oponen al espacio socializado de la
comunidad (Platt 1997).
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