ARTÍCULO
Digamos que eran una extensión más de lo que soy. Tampoco estaba obsesionada con los likes ni los followers –entre menos chusma mejor–. No pasaba más de media hora ‘enganchada’ revisando Instagram, y con Facebook mucho menos. No obstante, me di cuenta que particularmente con Instagram, tenía una relación bastante estrecha. Mi pasión por la fotografía y los viajes se hacía más que evidente por ahí. Hubo gente con la que empecé a tener contacto por este medio y quienes se hicieron una idea de quien yo era, de lo que me gustaba y lo que no, simplemente por lo que posteaba. Muy quimérico para mí gusto.
Estaba empezando a pensar más de lo normal en lo que veía en esta red social: productos, lugares, gente, cosas. Estaba atribuyéndole a mis seguidores (un poco menos de 650) características que con el paso del tiempo me di cuenta, no eran más que una conjetura imaginaria, demasiado intangibles para ser verdad.
. Desperdicié mi tiempo libre curioseando artículos de belleza y dermatología, dejándome llevar por lo que se hacía más viral. Empecé a sufrir de insomnio, y contrario a lo que yo pensaba –que no me daba sueño– no dormía por estar mirando el celular. Entonces me acordé de un estudio que leí de la Universidad de Pittsburg en 2017 respecto al tema, en el que se encontró que los adultos jóvenes que más utilizan las redes sociales durante la noche, están más propensos a padecer de insomnio y alteraciones en su sueño.
Pero, ¿por qué usar aparatos electrónicos no sería lo más conveniente? Al parecer, la luz azul que emiten los celulares y las computadoras, inhibe la producción de melatonina, la hormona del sueño, la cual es producida por la glándula pineal en el cerebro cuando se inicia la disminución de luminosidad ambiental y alcanza un pico máximo entre las 2.00 y las 4.00 horas.
Figura 2. Tan cerca pero tan lejos a la vez.
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