Dentro de este marco, los docentes tienen que proporcionar oportu-
nidades para que cada uno desarrolle destrezas, actitudes y valores
esenciales; aportando objetivos coherentes y experiencias de apren-
dizaje que permitan que cada uno desarrolle al máximo su potencial
y continúe aprendiendo a lo largo de la vida.
En este contexto tan complejo y con la diversidad que aportan las di-
ferencias individuales de cada estudiante, resulta incoherente pen-
sar que un currículum rígido, con objetivos unificadores, métodos
y tareas iguales pueda ser adecuado para todos. El currículo tiene
que reconocer, respetar y responder a las capacidades, necesidades
e intereses de todos los estudiantes.
Como el currículum uniforme no permite responder a la diversidad
presente en las aulas y a las necesidades especiales de los estudian-
tes, es necesario adecuarlo y hacerlo más flexible, introduciendo
elementos que permitan que su puesta en práctica responda a las
diferencias de los estudiantes (Drapeau, 2004, Gartin y otro, 2002,
Gregory y Champman, 2002).
Un marco conceptual que permite introducir en las aulas inclusivas
los planteamientos anteriores, es la Diferenciación Curricular, que
consiste en diseñar entornos de enseñanza flexibles, a través de las
“adecuaciones curriculares”.
Orientaciones para la construcción de una escuela inclusiva
Según Booth y Mel (2016), las orientaciones pedagógicas constituyen
principios de procedimiento relevantes que orientan a los maestros
en el diseño, la planificación y el desarrollo de la enseñanza en el
aula, así como de las adecuaciones curriculares grupales e indivi-
duales. De este modo, estos principios son una importante referen-
cia para guiar la práctica educativa del docente en cuanto a qué y
cómo enseñar (qué objetivos seleccionar como prioritarios o nece-
sarios y qué contenidos elegir como valiosos), qué material utilizar y
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