formando un“ aislante” entre la iglesia y el resto del vecindario.
En ese convento formado por cuatro casas es donde Cervantes envuelto en su hábito franciscano, dentro de un modesto ataúd, con las manos sobre el pecho sosteniendo un crucifijo de madera y con la cara descubierta – tal como dejó testimonio su sobrino el poeta Francisco de Urbina- fue conducido a su entierro el sábado 23 de abril al que, tal vez fuera, el más modesto convento de Madrid.
Años después, en 1673, las Trinitarias reformaron el edificio ampliándose el convento, afectando a la iglesia y al claustro para lo que se demolieron las casas en las que vivían las monjas y la capilla en la que había recibido sepultura Miguel de Cervantes. En ese momento, sus restos pasaron a un osario común. Fue el sepulturero Miguel Hortigosa a quien se le encomendó esta tarea, por la que cobró 13.600 maravedís. De esta manera los restos de Cervantes se perdieron durante siglos.
La iglesia del convento, en sus humildes inicios, era de mucho menor tamaño que la nueva. Además la iglesia era conventual, no parroquial, lo que era un dato importante porque en esta categoría se necesitaba una autorización especial para poder ser enterrado dentro de ella. Anterior a la muerte de Cervantes solo dos personas se habían enterrado en el convento. De los enterramientos posteriores no existía noticia, pero se estimaba que no debieron ser muchos. Existían entonces bastantes posibilidades de que debajo de las losas de parte de la iglesia antigua y de las habitaciones más próximas a la calle Lope de Vega se encontraran el suelo original y, bajo este, las pocas personas que allí fueron enterradas y entre ellas Miguel de Cervantes.
Fue José I Bonaparte el primero que mostró interés por localizar los restos, con el fin de transferirlos a una Catedral o a otro lugar solemne. José Bonaparte intentó reunir a todos los grandes de España para este fin, ya que su deseo era construir un Panteón de los Ilustres Españoles, pero este proyecto no pudo llevarse finalmente a cabo y los restos de Cervantes permanecieron de nuevo en el olvido.
Más tarde, en 1870 la Real Academia Española logró gracias a su director, el Marqués de Molins, crear una comisión para documentar la ubicación de los mismos sin éxito alguno. Fue el año en el que se instaló la placa conservada en la fachada del convento actual.
Hubo que esperar hasta después de la guerra Civil Española, en los años cuarenta, para que el académico Joaquín Entrambasaguas volviera a intentarlo, pero tampoco en este caso fueron fructíferas sus investigaciones.
El año 2016 marcaba el aniversario del cuarto centenario de la muerte de Cervantes y las Instituciones públicas decidieron retomar la búsqueda de sus restos para rendirle un merecido homenaje. Las nuevas técnicas de geolocalización y estudio científico forense que se aplicarían a los restos que se pudieran encontrar, animaron a los responsables políticos a iniciar una excavación para desvelar por fin el misterio sobre el lugar de enterramiento de Miguel de Cervantes.
El objetivo era localizar un individuo varón, en torno a setenta años de edad ― Cervantes tenía sesenta y nueve en el momento de su muerte ― con unas características difícilmente repetibles: las heridas sufridas en el combate de Lepanto. Cervantes, estuvo al mando de una tropa de doce arcabuceros que en un esquife se situaron junto a la galera“ Marquesa” en una de las posiciones más expuestas. De la batalla salió con al menos dos heridas que él mismo relata en su Epístola a Mateo Vázquez.
A esta dulce sazón, yo, triste, estaba con la una mano de la espada asida y sangre de la otra derramaba. El pecho mío de profunda herida sentía llagado, y la siniestra mano estaba por mil partes ya rompida.
La herida de la mano izquierda le imposibilitaba su uso. La falta de uso de un miembro durante un periodo largo de tiempo no solo conlleva la atrofia de los músculos sino que también afectaría al hueso, y Cervantes tuvo inútil esa mano durante cuarenta y cinco años. Un antropólogo forense podría identificar este tipo de lesiones osteológicas que servirían como prueba identificativa. La otra herida fue la que
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