Si habrá sido porque en su sangre corrían ríos de impotencia y dolor, o por esa pizca de valor heredada de sus ancestros, primogénitos de esta tierra (y de la otra también) no lo sé con certeza, pero sea lo que fuere, los hombres del siglo XIX definitivamente estaban he- chos diferente. Morazán es un cla- ro ejemplo de eso. Lo ames o lo o- dies, no puedes negar que él se a- trevió a llevar el aspecto de eman- cipación a un nivel totalmente di- ferente. Durante su gestión, siem- pre promovió el desarrollo de la educación e hizo especial hinca- pié en que debería ser laica; intro- dujo la reforma de libertad de prensa y religión; nos heredó la noción de garantías individuales; introdujo incluso la primera im- prenta al país y nos heredó la idea
de la unión como motor de un Es- tado fuerte; entre otras cosas que le fueron más que suficientes para hacerse de enemigos poderosos que finalmente lo llevaron a pro- tagonizar una de las muertes más famosas de la historia del conti- nente. Pero la lucha de Morazán no fue en vano, pues la muerte no tiene el poder de acabar con aque- llo que empiezas en vida y que so- brepasa todo lo que tú eres como persona; aquello que no muere, aunque tu ya lo hayas hecho; a- quello que se llama legado.
Duelos, espantos, guerras, fiebre
constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!
Desgraciadamente, así como existen legados positivos, los hay negativos, y el pueblo hondureño es testigo de ello. Basta con darles una ojeada a las páginas de nues- tra historia para darnos cuenta que han sido escritas con sangre inocente. Desde el surgimiento de grupos privilegiados y la carencia de procesos cívicos participativos justo después de la independen- cia, hasta el heredado autoritari- smo que tanto envenenó nuestras tierras por décadas, pasando por una reforma liberal que trajo con- sigo grandes avances al país como también grandes obstáculos al de- sarrollo de nuestra democracia, y sin mencionar las dictaduras mili- tares y los interminables y cada vez más habituales actos de co- rrupción, -un verdadero insulto a la integridad de todos los hondu- reños y a la existencia misma de esta nación- lo cierto es, que lo que vemos es lo que ha prevale- cido de aquello que hicieron quie- nes antes que nosotros cargaron con el honor de ser llamados hijos de esta patria.
Las bases que han caracterizado a nuestro país son malas, por en- de, lo que hemos construido estos últimos años equivale a edificar un castillo sobre arena. Después de hacer un recorrido breve por lo que fue de Honduras durante los siglos XIX y XX llegué a compren- der que el futuro de la nación real- realmente nunca fue un tema de prioridad en la mente de aquellos quienes jura- ron justamente construirnos uno mejor. Cuando un gobernante se centra más en complacer, dividir o trabajar únicamente con el tiempo que va a estar en el poder en men- te, el país en vez de avanzar retro- cede. Así pasó el tiempo, entre pro- mesas y desilusiones que cuando menos acordamos, nos encontra- mos con que ese futuro por el que rara vez nos preocupamos es ahora nuestro presente y con que la his- toria no es tan impredecible des- pués de todo, pues lo que nos espera -no solo en estos próximos cuatro años, sino en el resto de nuestra existencia como Estado Independiente- no será más que las consecuencias de las decisiones que como ciudadanos de esta nación tomemos el día de hoy. Así es, yo creo que en la medida en que el pueblo hondureño vaya despertando de su sueño profundo; en la medida en que cada hondure- hondureño desarrolle un carácter cívico, una mente aguda; en la medida en que mi pueblo salga de ese cautiverio autoimpuesto producto de la pérdida de esperanza en un mañana mejor, consecuencia de haberse rendido hace mucho tiempo… es que empezaremos a notar cambios significativos.
La verdadera clave de un legado a largo plazo que sea beneficioso para todos hasta donde sea posible radica en los pequeños sacrificios que estemos dispuestos a hacer hoy, aquí y ahora. Nunca será una perdida de tiempo luchar por una causa, y ninguna victoria por pequeña que sea pasa desapercibida en los anales de la historia. Para bien o para mal, nuestro presente es producto del esfuerzo que hicieron todos los que vinieron antes que nosotros y de la misma manera, nosotros tenemos sobre nuestros hombros la responsabilidad de construir el presente de quienes vendrán después. Invertir ahora en educación, en mejores políticas públicas y más transparencia en procesos democráticos, en la lucha contra la corrupción, en repensar nuestro modelo económico y de desarrollo, en una democracia más participativa y sobre todo en comenzar una revolución cultural nunca será una pérdida de tiempo, ni tampoco ajenos a nuestras prioridades como ciudadanos de este país. Estos deberían ser los puntos de nuestro mapa hacia un mejor mañana, uno que parte desde nuestro fragmentado presente. Sé que las futuras generaciones agradecerán los pequeños pasos que demos hoy por mucho que se nos dificulte verlo.