to en comparación a cualquier o- tro revolucionario intelectual de la época, bastante claro tenían que la independencia más que pa- labras vacías tenía que ser palpa- ble en la vida de cada individuo. Con todo lo anterior en mente considero oportuno hacernos la pregunta de si… ¿hemos alcanza- do acaso el objetivo final de esta libertad política? Miremos a nues- tro alrededor y tratemos de contar a cada mente emancipada, a cada mirada liberada y labio capaz de expresar deseos más allá de lo que en muchos lugares considera- rían “derechos básicos”. ¿Acaso conoce usted a alguien dispuesto a ofrendar su vida por su país “an- tes que ver pro- fanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillan- te pabellón”, o a ofrendarla por lo menos en favor de cualquier otra causa?
Mientras nuestras mentes sigan estando cautivas creyendo lo que sea que se nos proyecte, como bien lo expresa Platón, no podre- mos saber lo que ven los ojos de aquellos que, siguiendo la luz, han encontrado libertad en el enten- dimiento de una realidad más compleja; en la experiencia de gozar de una libertad que no ex- cluye a ninguno. Y muchas veces la responsabilidad de ir hacia esa luz no depende solo de nuestros gobernantes.
La falta de una visión comparti- da es sin duda la mayor tragedia del movimiento independentista. Incluso me atrevo a decir que no estábamos listos para abrir nues- tros ojos y ver la tan ansiada liber- tad, pues nuestras mentes aún hoy son esclavas del miedo. Todo esto debería llevarnos a reflexio- nar si lo que tenemos hoy en día es lo que pedían a gritos los ver- daderos protagonistas de la histo- ria de la independencia o si solo aprendimos a conformarnos con el resultado del ultraje cometido a los sueños de libertad del pueblo hondureño que no ha visto más que opresión y tristeza en las tar- des plomizas que han caracteriza- do estas últimas décadas…o quizá siglos. Es en estos momentos cuando más resuena una duda en mi mente: ¿Existe la posibilidad de que las cosas cambien algún día y que ese día sea hoy?
Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.
Si habrá sido porque en su san- gre corrían ríos de impotencia y dolor, o por esa pizca de valor he- redada de sus ancestros, primogé- nitos de esta tierra (y de la otra también) no lo sé con certeza, pe- ro sea lo que fuere, los hombres del siglo XIX definitivamente es- taban hechos diferente. Morazán es un claro ejemplo de eso. Lo ames o lo odies, no puedes negar que él se atrevió a llevar el aspec- to de emancipación a un nivel to- talmente diferente. Durante su gestión, siempre promovió el de- desarrollo de la educación e hizo especial hincapié en que debería ser laica; introdujo la reforma de libertad de prensa y religión; nos heredó la noción de garantías individuales; introdujo incluso la primera imprenta al país y nos heredó la idea de la unión como motor de un Estado fuerte; entre otras cosas que le fueron más que suficientes para hacerse de enemigos poderosos que finalmente lo llevaron a protagonizar una de las muertes más famosas de la historia del continente. Pero la lucha de Morazán no fue en vano, pues la muerte no tiene el poder de acabar con aquello que empiezas en vida y que sobrepasa todo lo que tú eres como persona; aquello que no muere, aunque tu ya lo hayas hecho; aquello que se llama legado.
Duelos, espantos, guerras, fiebre constante en nuestra senda ha puesto la suerte triste: ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste! [Rubén Darío].
Desgraciadamente, así como existen legados positivos, los hay negativos, y el pueblo hondureño es testigo de ello. Basta con darles una ojeada a las páginas de nuestra historia para darnos cuenta que han sido escritas con sangre inocente. Desde el surgimiento de grupos privilegiados y la carencia de procesos cívicos participativos justo después de la independencia, hasta el heredado autoritarismo que tanto envenenó nuestras tierras por décadas, pasando por una reforma liberal que trajo consigo grandes avances al país como también grandes obstáculos al desarrollo de nuestra democracia, y sin mencionar las dictaduras militares y los interminables y cada vez más habituales actos de corrupción, -un verdadero insulto a la integridad de todos los hondureños y a la existencia misma de esta nación- lo cierto es, que lo que vemos es lo que ha prevalecido de aquello que hicieron quienes antes que nosotros cargaron con el honor de ser llamados hijos de esta patria.
Las bases que han caracterizado a nuestro país son malas, por ende, lo que hemos construido estos últimos años equivale a edificar un castillo sobre arena. D