Comed, pues, toda vuestra vida, a la mesa de vuestra Madre Tierra y jamás
veréis necesidad. Y cuando comáis en su mesa, comed todas las cosas como
las encontréis en la mesa de vuestra Madre Tierra.
No las cocinéis ni las mezcléis una con otra, no sea que vuestros intestinos
lleguen a ser como vapor de los pantanos. En verdad, os digo, esto es
abominable a los ojos del señor.
Y no seáis como el criado glotón, quien siempre comió a la mesa de su señor la
porción de los demás y devoró todo, mezclándolo todo junto, en su
insaciabilidad. Y viendo eso su señor, se indignó con él y lo expulsó de su mesa.
Y cuando todos hubieron terminado su comida, mezcló todas las sobras de la
mesa, llamó al siervo glotón y le dijo:
Toma esto, llévatelo y cómetelo con los puercos, pues vuestro lugar es con ellos
y no con mi mesa. Tened cuidado, por lo tanto, y no manchéis con toda clase de
abominaciones el templo de vuestro cuerpo y no deseéis devorar todo lo que se
vea a vuestro derredor. Porque de cierto os digo, si mezcláis toda clase de
alimentos en vuestro cuerpo, entonces cesará la paz en vuestro cuerpo y una
guerra perpetua os asolará y será aniquilado, así como se destruye toda morada
y reinos divididos entre sí. Porque vuestro Dios, es el Dios de Paz y nunca da su
ayuda a la desunión. No excitéis -por lo tanto, el rigor de vuestro Dios en contra
vuestra, no sea que os arroje de su mesa y os veáis obligados a ir a la mesa de
Satán donde el fuego de los pecados, de la enfermedad y la muerte corrompen
vuestros cuerpos.
CAPITULO XXVII.
Cuando comáis, no comáis jamás hasta hartaros. Huid de las tentaciones de
Satanás y escuchad la voz de los ángeles de Dios, pues Satanás y su poder os
tientan siempre para comer más y más.
Mas vivid por el espíritu y resistid los deseos de la carne. Y vuestro ayuno es
siempre agradable a los ojos de los ángeles de Dios. Así que, prestad atención a
la cantidad que hayáis comido, cuando hayáis estado sentado a la mesa. Y
comed siempre menos de la tercera