CAPITULO XXV.
¿Cómo comeremos nuestro pan de cada día Maestro?, preguntó alguien muy
sorprendido.
Permitid que los ángeles de Dios preparen vuestro pan. Mojad vuestro trigo,
para que el Angel del Agua penetre en él. Luego ponedlo al aire, para que el
Angel del Aire lo envuelva y dejadlo desde la mañana hasta la tarde al sol, para
que el Angel del Sol descienda sobre él.
Y las bendiciones de los tres ángeles harán que la semilla de la vida germine en
vuestro trigo. Luego moled vuestro grano y haced tortas delgadas; como hicieron
vuestros padres cuando salieron de Egipto, la tierra del cautiverio. Ponedlos al
calor del sol desde su salida. Y cuando se halle el sol en su mayor altura en el
cielo, volteadlas al otro lado a fin de que sean igualmente abrazadas por el
Angel del Sol y dejadlas allí hasta la puesta del sol. Porque los ángeles del
Agua, del Aire y del Sol han alimentado y madurado vuestro trigo en el campo y
ellos de igual manera deben preparar vuestro pan.
Y el mismo sol que, con el fuego debido hace crecer y madurar vuestro trigo,
debe con el mismo fuego cocer vuestro pan. Porque el fuego del sol da la vida al
trigo, al pan y al cuerpo. Pero el fuego de la muerte mata al trigo, al pan y al
cuerpo. Y los ángeles vivientes del Dios vivo sólo sirven a los hombres con vida.
Porque Dios es el Dios de los vivos y no el Dios de los muertos.
Así que comed todos los días de la mesa de Dios; de los frutos de los árboles,
de los granos y de las hierbas de los campos. De la leche de las bestias y de la
miel de las abejas. Porque todo lo que pasa de esto es de Satanás y conduce al
camino de la enfermedad, del error y de la muerte.
Empero los alimentos que comáis de la abundante mesa de Dios, dan fuerza y
juventud a vuestros cuerpos y no veréis jamás enfermedades. Pues la mesa de
Dios alimentó a Mathusalén y también a vuestros antepasados.
Y en verdad os digo, si vivieseis como ellos vivieron, entonces el Dios de los
vivos os daría larga vida sobre la tierra, como fue la de ellos.
CAPITULO XXVI.
Porque En verdad os digo, el Dios de los vivos es más rico que todos los ríos de
la tierra. Y su mesa abundante es más rica que la mesa más rica en los festines
de todos los ricos de la tierra.
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