Y muchos ventoseaban gases de mal olor de sus intestinos, semejantes al
aliento de los demonios. Y la hediondez era tal que nadie la podía soportar.
Y cuando se bautizaron, el agua penetró en el interior de sus cuerpos. Y de allí
salieron todas las abominaciones e impurezas de sus errores. Y así como un
arroyo que desciende de la montaña, así vierte de sus cuerpos una multitud de
abominaciones duras y suaves. Y el suelo por donde corrían era contaminado y
tan grande llegó a ser la hediondez que nadie podía permanecer allí. Y los
diablos dejaron los intestinos, en la forma de numerosos gusanos que se
contorneaban en su estrecho sitio, en el intestino que estaba lleno de impurezas,
y se retuercen en impotente rabia, al ser arrojados del cuerpo de los Hijos de los
Hombres. Y entonces el Angel del Sol descendió sobre ellos y perecieron
retorciéndose en el frenesí de la desesperación, cuando el Angel del Sol los pisó
bajo sus plantas. Y todos temblaron con terror al ver todas estas abominaciones
de Satán, de las cuales los ángeles les habían librado. Y dieron gracias a Dios,
quien había enviado a sus ángeles para su liberación. Y había algunos cuyos
dolores les atormentaban y no los dejaban. Y no sabiendo qué hacer,
resolvieron enviar alguien a Jesús. Porque ellos tenían grandes deseos de que
El estuviese entre ellos.
CAPITULO XIV.
Cuando dos de ellos hubieron ido a buscarlo, vieron a Jesús acercándose por la
ribera del río. Y sus corazones fueron henchidos de gozo y esperanza cuando
oyeron su saludo "La paz sea con vosotros".
Y tantas eran las preguntas que le querían hacer, mas en su asombro no podían
principiar, pues nada se les venía a la mente. Y uno de ellos exclamó: Maestro,
en verdad te necesitamos, ven y sálvanos de nuestros dolores.
Y Jesús habló por medio de parábolas. Sois como el hijo pródigo, quien por
muchos años comió, bebió y pasó sus días en desaciertos y libertinajes con sus
amigos. Y cada semana, sin conocimiento de su padre, incurría en nuevas
deudas y en pocos días despilfarró todo.
Y los usureros siempre le prestaban dinero, pues su padre poseía grandes
riquezas y siempre con paciencia pagaba todas las deudas de su hijo. Y en vano
él –con buenas palabras, amonestaba a su hijo, mas él nunca escuchó los
consejos de su padre quien en vano imploraba que abandonara su vida
desordenada, la cual no tenía fin y le suplicaba que fuera a los campos a vigilar
los trabajos de sus siervos.
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