Alejad vuestras espadas, hermanos míos y sujetaos de mi mano y entrelacemos
nuestros dedos.
Y vi en la distancia una gran ciudad blanca y brillante en el horizonte lejano, de
alabastro brillante y hubo voces y truenos y relámpagos y hubo un gran
terremoto como no ha habido jamás desde que los hombres existen en la Tierra,
así de poderoso y así de grande. Y la gran ciudad estaba dividida en tres partes
y las ciudades de las naciones cayeron. Y la gran ciudad vino a la mente de
Dios, para darle a ella el cáliz del vino del ardor de su ira. (N.E.: una posible
interpretación de esta visión profética sería el ideal de la "Jerusalén celestial"
como un campo de consciencia radiante, trocado por una ilusión terrena o como
epicentro para justificar el avasallamiento territorial de otras poblaciones. Quizás
el gran terremoto podría haber sido la 2a. guerra mundial con sus bombas
atómicas, luego de las cuales se cometió el error de dividir en tres a Jerusalén
entre judíos, musulmanes y cristianos. Ojalá el ardor de la ira no sea
interpretado como el derecho a desatar una oleada de terror en el mundo bajo el
pretexto de que el "otro" es el errado y terrorista, así se halla caído en la misma
oleada de terror, asusada por el enemigo).
Todas las islas huyeron y las montañas desaparecieron y cayó del cielo sobre
los hombres una enorme granizada, todos los granizos del peso de un talento.
Y un ángel poderoso cogió una piedra como una gran piedra de molino y la
arrojó al mar diciendo: Así con violencia, la gran ciudad será derribada y nunca
más será hallada.
Y la voz de los arpistas, músicos y flautistas y de cantantes y trompetistas, no se
oirán nunca más en ti y ningún artista, sea cual sea su arte, se hallará nunca
más en ti, ni el ruido de una piedra de molino se oirá nunca más en ti, la luz de
una lámpara no brillará más en ti, ni la voz del esposo y de la esposa serán más
oídas en ti; pues tus mercaderes fueron los grandes hombres de la tierra, pues
por tus brujerías todas las naciones fueron engañadas y en ella se halló la
sangre de los profetas y de los santos y de todos los que han sido muertos en la
tierra. Y mis hermanos se asieron de mi mano y salieron del agua de fango y
estuvieron entrando en el mar de arena y los cielos se abrieron y bañaron sus
cuerpos desnudos con la lluvia.
Y oí una voz del cielo, como el estruendo de muchas aguas y como la voz de un
gran trueno. Y oí la voz de los arpistas tocando sus arpas y cantaron como si
fuera un nuevo canto delante del trono.
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