ELEVANGELIO DE LOS ESENIOS | Page 131

de las aves; donde el sol y la lluvia pueden abrazar el cuerpo, el cual es el templo del espíritu. No debemos entendernos con los edictos de los gobernantes, ni en apoyarlos, ya que nuestra Ley es la Ley del Padre Celestial y la Madre Tierra, ni oponernos a ellos (N.E.: Para los casos de abusos económicos y sexuales que hacen del sacerdote caer en el marco de las leyes humanas), porque nadie gobierna si no es por la voluntad de Dios. Si nosotros más bien hacemos lo posible por vivir de acuerdo con la Ley Sagrada y fortificamos siempre aquello que es bueno en todas las cosas, entonces el reino de las tinieblas será cambiado por el Reino de la Luz. Porque donde hay Luz, ¿cómo puede permanecer entonces la oscuridad? De este modo por lo tanto, pídanle a vuestro Padre Celestial, cuando el sol esté alto al medio día: Padre Nuestro que estás en el cielo, envía a todos los hombres Tu Angel de la Paz y envíale a toda la humanidad el Angel del Trabajo, porque teniendo una labor sagrada, no debemos pedir ninguna otra bendición. Entonces el Hijo del Hombre buscará la paz con la sabiduría de los años ante él; porque les digo en verdad, en los libros sagrados (N.E.: especialmente cuando estos libros no han sido alterados por la pluma mentirosa de escribas) está un tesoro un ciento de veces más grande que cualquiera de las joyas y del oro de los reinos más ricos y más preciosos, porque seguramente ellos contienen toda la sabiduría revelada por Dios a los Hijos de la Luz, incluso aquellas tradiciones que vinieron a nosotros a través de Enoch desde antaño y antes de él sobre un sendero infinito en el pasado, las enseñanzas de los Grandes. Y éstas son nuestras herencias, así como el hijo hereda todas las posesiones de su padre cuando demuestra ser digno de la bendición de éste. Verdaderamente estudiando las enseñanzas de la sabiduría perenne, llegamos a conocer a Dios; porque les digo verdaderamente, los Grandes vieron a Dios cara a cara; no obstante, cuando leemos los libros sagrados, nosotros tocamos los pies de Dios. Y una vez hayamos visto con los ojos de la sabiduría y escuchado con los oídos del entendimiento las perennes verdades de los Libros Sagrados, entonces deberemos ir entre los Hijos de los Hombres y enseñarles, porque si ocultamos celosamente el conocimiento Sagrado, pretendiendo que éste pertenece solamente a nosotros, entonces somos como aquel que encuentra un manantial alto en las montañas y antes de dejar que fluya en el valle para apagar la sed del hombre y del animal, lo sepulta bajo las rocas y el polvo, robándose a si mismo el agua también. 131