de las aves; donde el sol y la lluvia pueden abrazar el cuerpo, el cual es el
templo del espíritu.
No debemos entendernos con los edictos de los gobernantes, ni en apoyarlos,
ya que nuestra Ley es la Ley del Padre Celestial y la Madre Tierra, ni oponernos
a ellos (N.E.: Para los casos de abusos económicos y sexuales que hacen del
sacerdote caer en el marco de las leyes humanas), porque nadie gobierna si no
es por la voluntad de Dios. Si nosotros más bien hacemos lo posible por vivir de
acuerdo con la Ley Sagrada y fortificamos siempre aquello que es bueno en
todas las cosas, entonces el reino de las tinieblas será cambiado por el Reino de
la Luz. Porque donde hay Luz, ¿cómo puede permanecer entonces la
oscuridad?
De este modo por lo tanto, pídanle a vuestro Padre Celestial, cuando el sol esté
alto al medio día: Padre Nuestro que estás en el cielo, envía a todos los
hombres Tu Angel de la Paz y envíale a toda la humanidad el Angel del Trabajo,
porque teniendo una labor sagrada, no debemos pedir ninguna otra bendición.
Entonces el Hijo del Hombre buscará la paz con la sabiduría de los años ante él;
porque les digo en verdad, en los libros sagrados (N.E.: especialmente cuando
estos libros no han sido alterados por la pluma mentirosa de escribas) está un
tesoro un ciento de veces más grande que cualquiera de las joyas y del oro de
los reinos más ricos y más preciosos, porque seguramente ellos contienen toda
la sabiduría revelada por Dios a los Hijos de la Luz, incluso aquellas tradiciones
que vinieron a nosotros a través de Enoch desde antaño y antes de él sobre un
sendero infinito en el pasado, las enseñanzas de los Grandes.
Y éstas son nuestras herencias, así como el hijo hereda todas las posesiones de
su padre cuando demuestra ser digno de la bendición de éste. Verdaderamente
estudiando las enseñanzas de la sabiduría perenne, llegamos a conocer a Dios;
porque les digo verdaderamente, los Grandes vieron a Dios cara a cara; no
obstante, cuando leemos los libros sagrados, nosotros tocamos los pies de Dios.
Y una vez hayamos visto con los ojos de la sabiduría y escuchado con los oídos
del entendimiento las perennes verdades de los Libros Sagrados, entonces
deberemos ir entre los Hijos de los Hombres y enseñarles, porque si ocultamos
celosamente el conocimiento Sagrado, pretendiendo que éste pertenece
solamente a nosotros, entonces somos como aquel que encuentra un manantial
alto en las montañas y antes de dejar que fluya en el valle para apagar la sed
del hombre y del animal, lo sepulta bajo las rocas y el polvo, robándose a si
mismo el agua también.
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