Vivimos más, ahora llegamos a viejos, la medicina, la ciencia, las comodidades de
nuestra época lo permiten. Podemos asistir a sesiones de tanatología y encarar a la
muerte con madurez o podemos burlarnos de ella cada año con calaveritas literarias y
cantando canciones en donde pregonemos que la vida no vale nada, entre el calor del
licor y los amigos.
La muerte se asoma y se esconde en nuestras vidas, nos arrebata, nos arranca seres
amados, experiencias gratas y desagradables. Bien dice el dicho no hay mal que dure
cien años ni cuerpo que lo aguante. ¿Es la muerte entonces una figura cruel que solo
nos arrebata o también nos libera? Es ambas cosas, nos libera del dolor, de la agonía
ante una enfermedad crónica, ante la tiranía de algún gobernante o alguien que en su
papel de autoridad la ejerce, libera ante la opresión y la injusticia.
La muerte es movimiento, nos hace avanzar, aun cuando queramos quedarnos varados
en algo, con alguien, aun cuando no deseamos el cambio.
También es cruel amiga, envidiosa que nos arrebata de vez en cuando lo que más
amamos y nos pone al límite. Tal vez es sabia y sabe que necesitamos sacudir de vez
en cuando las telarañas que nos rodean por la costumbre, la cotidianidad y el hastío.
La muerte es la catrina de Posadas, es mujer seductora y hermosa, o vieja y fea como
la pintara Villaurrutia en su Dama de Corazones, es el monje con su hoz, el hombre de
negro que visita a los moribundos, es el esqueleto que se esconde tras tu sombra, es la
luz enceguecedora, es la nada y es el todo, inicio y fin, es vida.
Elizabeth Mustafá Zúñiga