MURGA EN BUENOS AIRES
HOY LA MURGA DE ESTILO URUGUAYO TIENE UN PRESTIGIO GANADO TANTO EN
LA CIUDAD DE BUENOS AIRES COMO EN MUCHAS PROVINCIAS ARGENTINAS.
PERO ESTE SUCESO TIENE SU HISTORIA Y AQUI NOS LA CUENTA UNO DE SUS
PROTAGONISTAS, EL “HUESO” FERREIRA
Allá por 1982, junto con el surgi-
miento de las grandes movilizaciones
obreras y populares, para tirar a la
dictadura cívico-militar-eclesiástica,
se empiezan a abrir brechas, por las
que empiezan a surgir todo tipo de
expresión. La cultura oriental fue una
de estas, fogoneada por la gran colec-
tividad radicada centralmente en la
Capital y el Gran Buenos Aires.
Si bien los orientales convivíamos con
el pueblo argentino casi con las mismas
costumbres, el mismo idioma y gustos, te-
níamos como dice el dicho popular, “una
marca en el orillo”, una cultura propia y
viva. Por un lado la cultura del candombe
afromontevideano y por otro la del carnaval
montevideano, cuya máxima expresión es
la murga. Sobre esta última me voy a refe-
rir.
Como parte del éxodo que produjo la
dictadura uruguaya, nos encontramos
aquí con murguistas de larga trayec-
toria del carnaval montevideano, y
“futuros murguistas” de la gran escue-
la que existía en los barrios obreros y
populares de Montevideo. Allí íbamos,
llenos avidez y alegría a “estudiar los ensa-
yos” complementando luego viendo “bien
de al lado” las actuaciones en los tablados
de estas. Todos, murguistas y “futuros” la
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llevábamos a esta en el alma, de la cuna,
en la sangre, parte de nuestro ADN. Varias
generaciones aprendimos a cantar el “Uru-
guayos Campeones” con “voz y ritmo de
murga” antes que el himno nacional.
Y así se armó “Por la Vuelta”, prime-
ra murga estilo montevideano fuera
del Uruguay, con una mescla de “Re-
cibidos” y “Futuros” murguistas que
terminaron de recibirse en esa escue-
lita que significó para muchos “Por la
Vuelta”.
Eran otros tiempos, sin potencia y el típico
y único “ronquido” murguista, de nariz, lla-
mado también de “pito” para cantar al aire
libre, olvídate de que ibas a encontrar un
lugar. De baterías con una rítmica simple,
pero contundente y con personalidad pro-
piamente montevideana. De directores con
“oído absoluto” que decían TRE y con movi-
mientos específicos al que entendían todos,
marcaban los tiempos, cortes, entradas y
salidas. Donde la “tercia” sabía naturalmen-
te cuando “metía la de él” y el cupletero
era pura inventiva personal, al servicio de la
actuación.
No había coreógrafos ni coreografías, más
allá de la impronta personal que cada cual
le imprimía a su mímica, a sus cabriolas,
con la cual cada uno expresaba su persona-