El Uru Revista Nº 40 | Page 30

MURGA EN BUENOS AIRES HOY LA MURGA DE ESTILO URUGUAYO TIENE UN PRESTIGIO GANADO TANTO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES COMO EN MUCHAS PROVINCIAS ARGENTINAS. PERO ESTE SUCESO TIENE SU HISTORIA Y AQUI NOS LA CUENTA UNO DE SUS PROTAGONISTAS, EL “HUESO” FERREIRA Allá por 1982, junto con el surgi- miento de las grandes movilizaciones obreras y populares, para tirar a la dictadura cívico-militar-eclesiástica, se empiezan a abrir brechas, por las que empiezan a surgir todo tipo de expresión. La cultura oriental fue una de estas, fogoneada por la gran colec- tividad radicada centralmente en la Capital y el Gran Buenos Aires. Si bien los orientales convivíamos con el pueblo argentino casi con las mismas costumbres, el mismo idioma y gustos, te- níamos como dice el dicho popular, “una marca en el orillo”, una cultura propia y viva. Por un lado la cultura del candombe afromontevideano y por otro la del carnaval montevideano, cuya máxima expresión es la murga. Sobre esta última me voy a refe- rir. Como parte del éxodo que produjo la dictadura uruguaya, nos encontramos aquí con murguistas de larga trayec- toria del carnaval montevideano, y “futuros murguistas” de la gran escue- la que existía en los barrios obreros y populares de Montevideo. Allí íbamos, llenos avidez y alegría a “estudiar los ensa- yos” complementando luego viendo “bien de al lado” las actuaciones en los tablados de estas. Todos, murguistas y “futuros” la Pag 30 llevábamos a esta en el alma, de la cuna, en la sangre, parte de nuestro ADN. Varias generaciones aprendimos a cantar el “Uru- guayos Campeones” con “voz y ritmo de murga” antes que el himno nacional. Y así se armó “Por la Vuelta”, prime- ra murga estilo montevideano fuera del Uruguay, con una mescla de “Re- cibidos” y “Futuros” murguistas que terminaron de recibirse en esa escue- lita que significó para muchos “Por la Vuelta”. Eran otros tiempos, sin potencia y el típico y único “ronquido” murguista, de nariz, lla- mado también de “pito” para cantar al aire libre, olvídate de que ibas a encontrar un lugar. De baterías con una rítmica simple, pero contundente y con personalidad pro- piamente montevideana. De directores con “oído absoluto” que decían TRE y con movi- mientos específicos al que entendían todos, marcaban los tiempos, cortes, entradas y salidas. Donde la “tercia” sabía naturalmen- te cuando “metía la de él” y el cupletero era pura inventiva personal, al servicio de la actuación. No había coreógrafos ni coreografías, más allá de la impronta personal que cada cual le imprimía a su mímica, a sus cabriolas, con la cual cada uno expresaba su persona-