El Uru Revista Nº 25 | Page 22

Las muchachas se calzaron y se ajustaron las polleras más arriba de la cintura para no perder el ritmo enredadas en las telas. Rápidas, enfrentaron cada una su camino con el alma en vilo agachando un poco el cuerpo, usando cada mata de achira o arbolillo para no ser vistas. Pronto se perdieron entre el verde ceniciento que dejaba la lluvia mansa, como gusanillos bordeando la senda. El aire en remolinos llegó hasta la puerta y dejó flotando una angustia vieja en la cara de Celina. --Buenas, patrona ... —dijo un gaucho mientras se apeaba y con un ademán daba la orden a los demás. -- Buenas...traen buenas noticias? -- Parece que Paulino Sequeira no volverá, lo perdimos en la montonera de Salsipuedes... hemos venido a avisarle... andamos necesitando vituallas y un poco de calor.... Ella se quedó mirando el caballo bayo y la cara de aquel hombre con la barba de varios días, pegotes de barro y la ropa deshilachada. Aguantó un llanto que se le venía desde el estómago, levantó una punta del delantal y se lo pasó por la cara como secándose un inexistente sudor, pudo sobreponerse y balbuceó: -- No podemos ofrecerle mucho, ya sabe, somos mujeres solas. -- Qué pasó con las muchachas? -- Las mandé con los parientes del pueblo. -- Lástima... Han carneado o le hacemos el favor? .... -- Quedan algunas ovejas medio flacas.... -- A buen hambre no hay pan duro, desensillen y agarren el animal. Usted, prenda el fuego- hizo un gesto al grupo. La abuela seguía la conversación desde su tejido eterno, con la cabeza gacha y pensaba “Eran los nuestros” Un desorden de botas, olor penetrante a sudor de caballos y mugre se apoderó del patio bien barrido, cayeron algunos malvones pisoteados y ciertas manos se abalanzaron sobre las naranjas maduras que todavía colgaban del árbol. -- Dejen eso, saquen los caballos pal palenque, acomódense bajo el alero— atravesó la puerta sin ver la colcha que s HH[