Las muchachas se calzaron y se
ajustaron las polleras más arriba de la
cintura para no perder el ritmo
enredadas en las telas. Rápidas,
enfrentaron cada una su camino con el
alma en vilo agachando un poco el cuerpo,
usando cada mata de achira o arbolillo
para no ser vistas. Pronto se perdieron
entre el verde ceniciento que dejaba la
lluvia mansa, como gusanillos bordeando
la senda.
El aire en remolinos llegó hasta la
puerta y dejó flotando una angustia
vieja en la cara de Celina.
--Buenas, patrona ... —dijo un gaucho
mientras se apeaba y con un ademán
daba la orden a los demás.
-- Buenas...traen buenas noticias?
-- Parece que Paulino Sequeira no
volverá, lo perdimos en la montonera de
Salsipuedes... hemos venido a avisarle...
andamos necesitando vituallas y un poco
de calor....
Ella se quedó mirando el caballo bayo y
la cara de aquel hombre con la barba de
varios días, pegotes de barro y la ropa
deshilachada. Aguantó un llanto que se le
venía desde el estómago, levantó una
punta del delantal y se lo pasó por la
cara como secándose un inexistente
sudor, pudo sobreponerse y balbuceó:
-- No podemos ofrecerle mucho, ya
sabe, somos mujeres solas.
-- Qué pasó con las muchachas?
-- Las mandé con los parientes del
pueblo.
-- Lástima... Han carneado o le hacemos
el favor? ....
-- Quedan algunas ovejas medio flacas....
-- A buen hambre no hay pan duro,
desensillen y agarren el animal. Usted,
prenda el fuego- hizo un gesto al grupo.
La abuela seguía la conversación desde
su tejido eterno, con la cabeza gacha y
pensaba “Eran los nuestros”
Un desorden de botas, olor penetrante a
sudor de caballos y mugre se apoderó
del patio bien barrido, cayeron algunos
malvones pisoteados y ciertas manos se
abalanzaron sobre las naranjas maduras
que todavía colgaban del árbol.
-- Dejen eso, saquen los caballos pal
palenque, acomódense bajo el alero—
atravesó la puerta sin ver la colcha que
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