“Mujeres”
un cuento de Graciela Silva
La lluvia no dejaba ver con claridad
pero detrás de los cerros se adivinaba,
alguien venía con su carga de odio
y necesidad.
¿Cómo nos preparamos para dar
si nos quieren arrebatar?
Las mujeres se empezaron a mover en
distintas direcciones con agilidad
mirando de tanto en tanto hacia el
horizonte, furtivamente, sin distraerse
de sus tareas. El ruido de truenos
inquietaba a los perros, hacía huir a los
pájaros,
provocaba
relinchos
y
movimientos de dispersión en todo lo
vivo. Ellas sabían que no era la llovizna
lenta que los provocaba. Eran jinetes,
temidos jinetes y todavía no asomaban
sus lanzas como puntas cortando la
curva del cerro cercano.
Juntaron la ropa tendida, ubicaron en el
rincón la leña, acomodaron a la abuela
que tejía una colcha larga frente a la
puerta. En sus pies, la trama de
primorosos colores era una red y
telaraña que se interponía entre el
interior y el exterior con una ilusión, un
deseo de protección que tanta falta les
hacía. Alimentaron al niño y lo dejaron
en su cuna en el rincón más oscuro
rogando que durmiera.
Guardaron los quesos que colgaban pero
dejaron algunos restos de carne y pan al
alcance de la mano. La casa tenía dos
cuartos: la cocina y el dormitorio pero
no convenía que ninguna se quedara en la
cama. Siempre resultó una provocación.
Feroces los hombres exigirían caballos,
comida y placer. A veces estaban
apurados y solo arreaban el ganado que
andaba por allí cerca, perseguidos o con
la
orden
de
llegar
para
un
enfrentamiento.
Es menester defenderse sabiendo todo
lo que se puede perder. Celina pensaba
que hasta podría ser la partida de su
marido pero sabía que era difícil que
anduviera por lo pagos. Le han dicho que
lo vieron en la frontera, después de la
derrota la espera ha sido contra toda
esperanza. Por más que uno aguzara la
vista solo se veía el grupo que avanzaba
, haciendo ondear el aire que despedía
briznas de pasto.
--Deben ser los nuestros —dijo la abuela
para tranquilizarse .
--Juana, agarrá para el lado de los
Miranda y vos para lo de Jacinto y
diganles que gracias, como siempre...—
dijo Celina