El Uru Revista Nº 25 | Page 21

“Mujeres” un cuento de Graciela Silva La lluvia no dejaba ver con claridad pero detrás de los cerros se adivinaba, alguien venía con su carga de odio y necesidad. ¿Cómo nos preparamos para dar si nos quieren arrebatar? Las mujeres se empezaron a mover en distintas direcciones con agilidad mirando de tanto en tanto hacia el horizonte, furtivamente, sin distraerse de sus tareas. El ruido de truenos inquietaba a los perros, hacía huir a los pájaros, provocaba relinchos y movimientos de dispersión en todo lo vivo. Ellas sabían que no era la llovizna lenta que los provocaba. Eran jinetes, temidos jinetes y todavía no asomaban sus lanzas como puntas cortando la curva del cerro cercano. Juntaron la ropa tendida, ubicaron en el rincón la leña, acomodaron a la abuela que tejía una colcha larga frente a la puerta. En sus pies, la trama de primorosos colores era una red y telaraña que se interponía entre el interior y el exterior con una ilusión, un deseo de protección que tanta falta les hacía. Alimentaron al niño y lo dejaron en su cuna en el rincón más oscuro rogando que durmiera. Guardaron los quesos que colgaban pero dejaron algunos restos de carne y pan al alcance de la mano. La casa tenía dos cuartos: la cocina y el dormitorio pero no convenía que ninguna se quedara en la cama. Siempre resultó una provocación. Feroces los hombres exigirían caballos, comida y placer. A veces estaban apurados y solo arreaban el ganado que andaba por allí cerca, perseguidos o con la orden de llegar para un enfrentamiento. Es menester defenderse sabiendo todo lo que se puede perder. Celina pensaba que hasta podría ser la partida de su marido pero sabía que era difícil que anduviera por lo pagos. Le han dicho que lo vieron en la frontera, después de la derrota la espera ha sido contra toda esperanza. Por más que uno aguzara la vista solo se veía el grupo que avanzaba , haciendo ondear el aire que despedía briznas de pasto. --Deben ser los nuestros —dijo la abuela para tranquilizarse . --Juana, agarrá para el lado de los Miranda y vos para lo de Jacinto y diganles que gracias, como siempre...— dijo Celina