Dos ojos redondos y llorosos se alzaban
desde la cuna y enseguida entonaron un
llanto de buenos pulmones que se
enseñoreó del lugar. Celina se apresuró a
calmarlo con unas palabras en voz baja
para que la reconociera, lo alzó mientras
ponía la pava y avivaba el fuego con la
otra mano.
—El hijo de Paulino?
Ella no contestó y supo de sus lágrimas
porque un calor le arrebataba las
mejillas.
Ocultó la cara ocupándose del chico, se
sentó de espaldas y ofreció su seno a la
boca ávida que se prendió más por el
susto que por el hambre. Se fue
apaciguando y su mente pensaba con
ahínco en que podía terminar lo que
quedaba del día y la noche.
El hombre había empezado el mate y
chupaba
pausadamente
mientras
mantenía la vista fija en la nuca de la
mujer con acuosa persistencia.
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La abuela se levantó sigilosa, como un
fantasma deslizó su cuerpo inclinado,
pasó por delante del hombre con la
colcha colgando de su brazo y dijo un
buenas noches inaudible mientras
desaparecía por la puerta del único
cuarto.
— Vamos a hacer noche, si no le molesta,
patrona...los muchachos se pueden
arreglar en el galpón— dijo mientras se
dirigía a la puerta para controlar la
carneada.
Ella calculó cómo podría sobrellevar esa
noche y se concentró en el día siguiente
con su hijo sano y la abuela tejiendo…
La mañana empezó por meterse en las
hendijas del ventanuco y se hizo un haz
que entró por la puerta que abría una
mano sarmentosa. Un olorcillo a leña, y
un movimiento de cuerpos se apoderó del
patio y la cocina. La abuela que se había
levantado temprano sentada al lado del
brasero le alcanzó un mate a Celina que a
su vez se lo dio al hombre con el pie en
el estribo y pensó otra vez “Eran de los
nuestros”.
Graciela Silva
Te hacemo el cuento
MICRO DE LITERATURA RIOPLATENSE
Y LATINOAMERICANA
cada 15 días en el programa
“Por el Mismo Camino” Sábados de 9 a 12
CONDUCEN
Mara Häberli y Graciela Silva