El Túnel
Ernesto Sábato
—Eso es precisamente lo extraño —respondí—. La primera vez que te vi me pareciste una
muchacha de unos veintiséis años.
—¿Y ahora?
—No, no. Ya al comienzo estaba perplejo, porque algo no físico me hacía pensar...
—¿Qué te hacía pensar?
—Me hacía pensar en muchos años. A veces siento como si yo fuera un niño a tu lado.
—¿Qué edad tenés vos?
—Treinta y ocho años.
—Sos muy joven, realmente.
Me quedé perplejo. No porque creyera que mi edad fuese excesiva sino porque, a pesar de
todo, yo debía de tener muchos más años que ella; porque, de cualquier modo, no era posible que
tuviese más de veintiséis años.
—Muy joven —repitió, adivinando quizá mi asombro.
—Y vos, ¿qué edad tenés? —insistí.
—¿Qué importancia tiene eso? —respondió seriamente.
—¿Y por qué has preguntado mi edad? —dije, casi irritado.
—Esta conversación es absurda —replicó—. Todo esto es una tontería. Me asombra que te
preocupes de cosas así.
¿Yo preocupándome de cosas así? ¿Nosotros teniendo semejante conversación? En verdad
¿cómo podía pasar todo eso? Estaba tan perplejo que había olvidado la causa de la pregunta inicial.
No, mejor dicho, no había investigado la causa de la pregunta inicial. Sólo en mi casa, horas
después, llegué a darme cuenta del significado profundo de esta conversación aparentemente tan
trivial.
30