El Túnel
Ernesto Sábato
Esta lógica me pareció de hierre y me tranquilizó bastante para decidirme a esperar con
serenidad en el café de la esquina, desde cuya vereda podía vigilar la salida de la gente. Pedí
cerveza y miré el reloj: eran las tres y cuarto.
A medida que fue pasando el tiempo me fui afirmando en la última hipótesis: trabajaba allí. A
las seis me levanté, pues me parecía mejor esperar en la puerta del edificio: seguramente saldría
mucha gente de golpe y era posible que no la viera desde el café.
A las seis y minutos empezó a salir el personal.
A las seis y media habían salido casi todos, como se infería del hecho de que cada vez
raleaban más. A las siete menos cuarto no salía casi nadie: solamente, de vez en cuando, algún alto
empleado; a menos que ella fuera un alto empleado ("Absurdo", pensé) o secretaria de un alto
empleado ("Eso sí", pensé con una débil esperanza). A las siete todo había terminado.
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