20 Eduardo Rojo Díez
estafas que reconocía , en su fuero interno , que se cometían con los resineros . Estaba soltero y era enclenque y desgarbado . Era un monicaco y un pancista .
Quirce pisó el pueblo a medianoche . Llamó con dos leves repiques de aldaba , temeroso de que los verdugos vigilaran la casa donde vivía . Se imaginaba que estaban todavía ansiosos de sangre y de deseos de no dejar testigos de su crimen . Bonifacio , que llevaba toda la noche alerta , le franqueó la puerta , que apenas abrió para que el niño se deslizara de perfil . Ni un abrazo ni un beso , ni una palmada de apoyo ni una palabra de consuelo . Su mujer , Amalia , apodada la Seca , se limitó a preparar en la cocina de fuego bajo , donde aún brillaban tenues los rescoldos , un cazo de leche templada , en el que Quirce remojó con desgana y ausencia un cortezo de pan duro . Royendo el corrusco , se fue a su habitación sin dar siquiera las buenas noches . Allí le esperaba llorosa y asustada su hermana , Leonora , acurrucada en una destartalada cama . Se durmieron abrazados . Sus cuerpos desconsolados dibujaron una cuchara , como si fueran dos inocentes amantes . Su instinto les susurraba que solo se tenían el uno al otro . En la cocina , la discusión confirmaba sus temores .
— Bonifacio , sabes que los niños no se pueden quedar en nuestra casa , que van a tomar represalias contra nosotros – apuntó con crudeza Amalia , mientras fregaba en la pila de piedra el cazo de cocer la leche .
—¡ Pero , mujer , son los hijos de mi primo ! – respondió Bonifacio , con los ojos llorosos por la duda –. No puedo dejar a su prole en la estacada .
— Tú verás ... Si prefieres que estemos en boca de todos y que nos juguemos el pellejo por esos dos niños ... No olvides que Serafín era de la FAI . Y no un cualquiera , que era el mandamás