El tren del desamparo 17
dintel de la puerta , los pies se tropezaban con un felpudo , que no quedaba claro si era para limpiarse las botas o para no ensuciarlas con el suelo pringoso , repleto de mugre , y embaldosado con unas piezas toscas de barro cocido que fueron de color bermellón . El mostrador , por sorprendente que pareciera en aquel entorno , era de mármol blanco y negro , con un canalillo retallado a cincel de un extremo al otro y por el que circulaba y salpicaba el agua corriente . De ahí la incesante humedad del solado . Una repisa de madera recorría a media altura el perímetro de las despintadas paredes del local , donde los clientes posaban los recipientes , vasos o porrones , mientras jugaban a las cartas . La estancia era oscura , sin ventanas , y con una bombilla cuyos vatios se contaban con los dedos de las manos . Por esa penumbra congénita , la puerta del bar permanecía abierta en invierno y en verano , para que entrara luz natural desde la calle .
Con el grito y el golpe firme de Antúnez sobre el mostrador , los vasos temblaron en la alacena que apoyaba dos de sus cuatro patas en él . Los anaqueles estaban forrados de hule , con cuadritos rojos y blancos ; de los cantos de las baldas colgaban unos festones de papel , blancos , con calados irregulares , recortados a mano con pulso vacilante , casi infantil . Junto al vasar colgaba del muro un revirado armario , con llave y doble puerta de cristal , en el que reposaban , desde hacía una eternidad , alimentos en estado de letargo . Destacaban por su color las botellas de vino reutilizadas para guardar las conservas de tomate frito , con su tapón de corcho – cónico y truncado – incrustado en el cuello espigado de los recipientes de vidrio , pero sin estar introducido por completo . Un solitario y medio vacío pellejo de vino yacía sobre una mesa auxiliar , como desfallecido , apoyado en una pared que había sido de un color claro e indefinido y que ahora lucía unas profundas mechas violáceas . El tabernero