El tren del desamparo - Eduardo Rojo Diez | Page 13

El tren del desamparo 13
al agua por encima de la barbacana del puente . Con la misma celeridad y decisión con la que cometieron el crimen , los cuatro matones se esfumaron . El que disparó se subió a la cabina de una camioneta , se puso al volante y lanzó el sombrero moteado de sangre y el arma humeante al asiento vacío del copiloto . Los otros tres desplegaron los trasportines de la parte de atrás y se sentaron , silenciosos y con la cabeza gacha . El conductor arrancó sereno el motor y el vehículo se alejó emitiendo un latido renqueante , que se fue debilitando a medida que ascendía por la carretera del Collado .
Quirce permaneció oculto hasta que casi oscureció . Estaba nervioso y horrorizado , intentando recuperar el dominio sobre su cuerpo . El miedo emergía sin compasión por cada poro de su piel y le dejaba la ropa empapada y los ojos enrojecidos y escocidos por la salobridad del sudor . No sabía cómo actuar . No había parado a un coche que pasó al rato de que asesinaran a su padre , tampoco a un carro de un buhonero ambulante tirado por dos yeguas . Cuando las sombras le tiñeron con el color de la invisibilidad , como a un murciélago en una cueva , se atrevió a bajar de las peñas . Atravesó la carretera y se asomó al río grande . Las aguas eran ahora negras como las de un pozo y no detectó ni un rastro de que su padre hubiera sido arrojado . Pensó que tal vez cayó inconsciente al agua y despertó al contactar con su frescor y buceó hasta una orilla y huyó malherido y en cualquier momento aparecería para recogerlo y llevarlo a dormir a casa . Pero no , se dio cuenta enseguida de que esa conjetura no podía ser , de que a su padre le habían volado la cabeza y estaba más que muerto , que se lo había llevado el río y que se convertiría pronto en carnaza para los cangrejos .