EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 199

por tenerlo. Como las brujas. En los cuentos infantiles de brujas, los pobres gatos negros maúllan aterrorizados. Ojalá el país no termine por maullar pidiendo misericordia. Uribe no discute: ordena. No argumenta: impone. Debe ser tremendo ser su subordinado. Quién no se acuerda del cuento de Simón Strong en el libro sobre Pablo Esc obar (¿Whitewash?). Cuando la conversación sobre la política y el tráfico de drogas que mantienen un flemático periodista británico y un nervioso senador suramericano avanza calmadamente, Strong le pregunta por alguno de sus partidarios que fue ahijado político de Pablo Escobar. A Uribe se le descompone la sonrisa. Pero sigue. Entonces, de inmediato, Strong mete la pata (mete la pata es un decir): le pone sobre el tapete el cargo que tuvo en Aerocivil, y ve, aterrado, cómo su pequeño interlocutor se levanta, grita, salta iracundo, corre escaleras arriba a buscar a sus guardaespaldas. Luego regresa y grita: ¡soy honesto! ¡soy honesto! ¡soy honesto! El pobre Strong anota que él nunca dijo lo contrario. ¿Qué es eso? ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué va a suceder cuando la Corte Constitucional rechace uno de sus decretos? Mejor no meneallo. Porque en Colombia, y tal vez por eso nos va como nos va, estamos acostumbrados a la bobada según la cual “el golpe avisa”. Pero no, el golpe no avisa: el golpe mata. Para decirlo con suavidad, la fama de Uribe no es la mejor. A lo largo de nuestra historia política reciente hemos tenido una gran cantidad de candidatos con buena fama. Gerardo Molina, por ejemplo. ¡Qué gran presidente hubiera sido don Gerardo Molina! O el López Michelsen del 62, tan distinto del López Michelsen del 74. En el 62 López hubiera sido un gran presidente, porque en ese momento aún tenía sobre sus hombros la carga de ideas que abandonó poco a poco en el camino. O Lleras Restrepo en el 78. Lleras hubiera sido un presidente de lujo. Como Echandía en el 50, o Indalecio Liévano en el 82. Candidatos con buena fama. Pero la fama de Uribe anda por los suelos. Y no porque tenga enemigos que se hayan dedicado a proclamar a los cuatro vientos sus dolencias y debilidades, sino porque sus hechos han sido de verdad oscuros. Ricardo Ferrer, un periodista colombiano que vive asilado en España, y Mauricio Lázala, un politólogo también colombiano que reside en México, analizaron hace poco algunos de los pormenores de Uribe y le recordaron al país algo que tenía 199