EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 190
respaldo. Pero ya se notaba el cansancio. Desde 1962 llevamos
cuarenta años de cansancio.
García Márquez es tan visceralmente nuestro porque ha escrito la
historia de nuestra desmesura. Los colombianos sometemos las
ideas a las estadísticas. Un libro tan esencial como El coronel no
tiene quien le escriba, que es, quizás, la mejor de sus novelas,
quedó aplastado por el cuento de los cien años. ¡Cien años! Ideal
para el modo de ser colombiano. Cuarenta años de cansancio.
Cincuenta años de guerrilla. Treinta y dos años de narcotráfico.
Doscientos años de guerra. Cuando un colombiano oye una cifra,
saca un lápiz y apunta. Quinientos años de miseria. Y lo que viene.
Y lo que vendrá. En lo que viene para mí, en lo que vendrá, tendré
que hablar muchas veces de Colombia. Por fuera yo seré “el
colombiano”. Aquí no. En este avión todos somos colombianos. Si
habláramos de alguien tendríamos que hablar de la suiza de la
blusa de pepas. Pero acá nuestro denominador común sigue
siendo el mismo, y seguirá siéndolo hasta que lleguemos al
aeropuerto y nos reunamos alrededor de las bandas metálicas que
traerán los equipajes. En ese momento, bajo las luces de neón y
con la ropa arrugada, habrá todavía un nosotros para nosotros.
Allá estarán la chica de los efluvios y el cura y la familia de
vacaciones y el hombre con la droga en los intestinos, y estaremos
Manuela y yo, y veremos a la tripulación que pasa por un costado
con un no sé qué rictus inevitable. Dentro de pocos minutos cada
uno seguirá su camino y será un colombiano más desperdigado
por el mundo. A la mañana siguiente irá de compras. - ¿Y usted de
dónde es? - De Colombia. - Ah, colombiano. Y ahí terminará el
diálogo. Si el interlocutor es tremendamente culto y ha visto el
noticiero de la noche anterior, tal vez añada una palabra: - Dura la
guerra, ¿no? - Dura - dirá uno. Y sonreirá antes de empaquetar el
pan y las naranjas. Entonces comenzará a ser el solo, el separado.
Cuando, desde la ventanilla del bus, veía la multitud de
transeúntes, el único denominador común era ese: “colombiano”.
Todos, viejos, jóvenes, mujeres y hombres y raponeros y
vendedores de lotería y majestuosas damas en sus carros y
gamines y empleados, inclusive perros callejeros y gerentes...
todos colombianos. Unos feos, otros lindos, o altos o gordos o los
colombianos sometemos las ideas a las estadísticas, viejos o ricos
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