EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 185

mi ventana / limpiando un fusil me digo / ¿qué hago con este fúsil? ¿Hasta qué punto podrán conmover esos versos al estudiante que escriba una monografía? ¿Qué le dirá a una gruesa y garufa alumna norteamericana la picardía que encierra el cuento de la camarera? De manera que acá tenemos una camarera.../ Así la cosa es otra cosa... Pero ahora las camareras ya no son camareras. Las de los aviones, por lo menos. De cualquier manera esta no lo es, con sus desabridas formas cansadas que piden a gritos un cuarto de hotel (a solas) para dormir a pierna suelta. Como yo, que no puedo dormir, mientras los demás leen periódicos, cierran los ojos, hacen crucigramas. ¡Si me hubiera tocado como vecina una muchacha! Miro. La única muchacha va atrás, ¡sentada junto a un cura! Él cierra los ojos, seguramente para no pensar en ese escote que no muestra mayor cosa pero de donde salen efluvios (efluvios, se decía una vez) perturbadores. A ella le es indiferente. Viaja sola, o eso parece, tal vez a estudiar o a conseguir trabajo o a hacer una vida. Quién sabe cómo será su vida, quién sabe qué irá a ser de la vida de Femando, de Julián Quintero, a quien le prometí tantas y tantas veces escribir una columna sobre la juventud, sobre los jóvenes. Qué será de la vida de Manuel Hernández, mi alumno de la Universidad, de quien hubiera llegado a ser amigo para leer a Nietzsche. O de Carolina Lasso Amaya de mi corazón, o de Bibi Rodríguez, o de Ginna Paola Ojeda, con quien fui tan injusto en la última clase, o de Diego Moreno (que no me ayudó a hacer la antología), o de Lina Collazos y de Andrés Carrascal, que ya no serán, como ocurría antes, Andrés Carrascal y Lina Collazos de Carrascal sino, como ocurre ahora, Lina Collazos y Andrés Carrascal de Lina. Femando Garavito de Priscilla. Bernardo Gaitán de Olga. Andrés Pérez de quien habrá de llegar, maravillosa como debe. Amigos, personas, rostros, gentes, autoridades administrativas y alumnos por los corredores, largos corredores universitarios para ir encogido, para sentir que uno pertenece a este ámbito, para pasar frente al cubículo de Sandra Borda y saber que ella está allí, estudiando, estudiando, para saber que en la oficina vecina está Sthépanie Lavaux (¿se escribirá así?), y todos los demás, estudiando. Cursos llenos de muchachos llenos de ilusiones, de amores y de tristezas, de preguntas sin respuesta... El “¡ah de la vida!” de Quevedo, con su desolado “nadie me 185